lunes, 6 de octubre de 2008

El Secreto del triunfo.


El secreto del triunfo


EDDIE Rickembacker desafió a la muerte 135 veces y salió vencedor en todas ellas. En 1973, a los 82 años de edad, salió de un hospital apoyado en un bastón y negándose tercamente a recibir ayuda. Cuando su amigo de toda la vida lo felicitó por su recuperación, Eddie le guiñó un ojo y con una risita socarrona dijo:
—“Me he burlado muchas veces de la Parca. Con esta van 135”. Estaba convencido de que la muerte simpatiza con los que aman la vida y viven cada minuto con optimismo y esperanza. Una de las tantas veces que desafió a la muerte fue en 1941, en un choque de aviones en Atlanta, Georgia. Eddie, con un ojo saltado y colgante que le abanicaba la mejilla a manera de adorno macabro, con un codo triturado, con una rodilla machacada como fruta verde, con varias costillas rotas y aplastado por un sobrecargo que había caído muerto sobre él, todavía tuvo ánimo para dirigir a los que fueron a rescatarlo.

En el hospital, donde estuvo semiconsciente por varios meses, enyesado desde la nuca hasta la planta de los pies, parecido más a una momia egipcia que a un ser viviente, mostró la fibra de que estaba formado. Una noche despertó medio aturdido bajo la tienda de oxígeno y oyó la voz del periodista Walter Winchel que daba la siguiente noticia por la radio:
“iBoletín de última hora! ¡Rickembacker agoniza! Los médicos creen que no podrá vivir más de una hora”.

Al oír aquello, Eddie sacó de la tienda el brazo bueno, agarró una jarra de agua que estaba junto a la cama y la estrelló contra el aparato de radio. Ambos objetos se hicieron pedazos. Desde ese momento comenzó a mejorar. Lowel Thomas dice que Eddie parecía haber sobornado a la muerte. Pero no creas que era un loco temerario que desafiara a la muerte por gusto. Fue su lucha por la vida, el cumplimiento de su deber para con su patria, su amor hacia sus semejantes y, sobre todo, su ansia de vivir a pleno espíritu lo que le llevó a encontrarse con la muerte en el aire, en la tierra y en el mar.

Eddie nació en Columbus, Ohio, hijo de un obrero de la construcción, en el seno de una familia muy pobre de 10 miembros. Era un niño pobre y tímido que vivió seguro como una avecilla en el calor de su nido. Pero repentinamente lo golpeó la tragedia. Su padre murió en un accidente de trabajo durante la construcción de un puente. Eddie tuvo que abandonar la escuela para ayudar a su madre a sostener a sus hermanos. Durante los tristes años de su niñez trabajó en varias empresas.
Su primer trabajo lo tuvo en una fábrica de vidrio, trabajando de noche, desde la puesta del sol hasta el amanecer, ganando cinco centavos por hora. Una tarde, cuando tenía catorce años, un estremecimiento de emoción le sacudió todo el cuerpo. Vio un coche sin caballos pasar ruidosamente frente a él. Era el primer automóvil que llegaba a Columbus. Dominado por un entusiasmo incontenible, Eddie corrió detrás del coche que iba tosiendo y dando saltitos sobre las piedras, a 15 kilómetros por hora.

Poco después se abrió una pequeña fábrica de automóviles en Columbus y Eddie decidió que debía trabajar allí. Durante ocho meses fue cada mañana a la fábrica a pedir trabajo. Durante ocho meses lo rechazaron. La fábrica necesitaba hombres, no niños. Pero nuestro héroe no se desanimó. Una mañana llegó a la fábrica, como de costumbre, primero que todos, tomó una escoba, y se puso a barrer las rebabas de acero que habían caído de los tornos y a limpiar las bancas alrededor de las máquinas. Poco después llegó el dueño.
—Qué hace usted aquí? —le dijo—. ¿Qué desea?
—Voy a trabajar aquí aunque usted no me pague —le dijo Eddie tranquilamente.
Sólo un tigre apagaría la luz del entusiasmo en el corazón de un jovencito así. Eddie consiguió el empleo.
Un día, durante el descanso después de la comida del medio día, el dueño de la fábrica recibió una agradable sorpresa. Mientras los demás hombres fumaban y jugaban a las cartas para matar el tiempo, Eddie estudiaba un curso de ingeniería mecánica por correspondencia. El hombre quedó impresionado. Dos semanas después llevó al muchacho, a pesar de tener sólo 14 años, al departamento de ingeniería, con un buen sueldo.
El más dramático y terrible encuentro con la muerte lo tuvo durante la Segunda Guerra Mundial en la inmensidad del océano Pacífico. Iba en una misión secreta con seis compañeros. Su primera escala era Cantón, un islote perdido en la mitad del océano. Pero el piloto no pudo hallar el islote, se perdió en la oscuridad, se le acabó el combustible y tuvo que hacer un amarizaje forzoso. En la prisa por abandonar el avión que se hundía, perdieron todas las provisiones y el agua. Sólo les quedaron cuatro naranjas.
Apretujados en tres balsas atadas unas a otras, pasaron 24 días en el océano, sin agua ni comida. El sol los quemaba de día y el frío los torturaba de noche. Todos estaban llagados y medio muertos de hambre y sed. Uno de los náufragos murió y apenas tuvieron fuerzas para echarlo al mar.
Pero Eddie no se daba por vencido. Alentaba continuamente a todos a luchar por la vida y a mantener la esperanza. Parece que algunos se aferraban a la vida sólo para darse el gusto de ver morir primero a aquel optimista insoportable que no los dejaba morir en paz, que ya con la lengua hinchada y los labios sangrantes, todavía los incitaba a mantener la esperanza.
Cuando los rescataron, Eddie había perdido 35 kilos de peso. Era un esqueleto crujiente de 45 kilos, pero aún así entregó personalmente su mensaje secreto al general McArthur. Por supuesto, estaba en la naturaleza de las cosas: Eddie perdió el último desafío con la muerte. Pero... ¿Murió de verdad? Bueno... sí, porque un día dejó de respirar y lo enterraron. Pero vidas como la suya no mueren del todo. Non Omnis Moriar, decía Horacio: No moriré del todo. Algo queda de esas vidas en sus obras, en el mundo a quien dejaron mejor de lo que lo encontraron y en la vida de todos aquellos a quienes inspiraron a vencer la muerte.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

El verdadero significado de la vida


EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA VIDA.

¿ESPERANDO a Godot? Es posible que esta frase te haya intrigado. Es lo que busco. Poner tu mente en una corriente de pensamientos que te lleve a reflexionar en cuestiones serias, de modo que, de repente, te detengas, mires a tu alrededor, observes a los demás, te analices a ti mismo y digas: ¿Qué hago yo aquí?
“Esperando a Godot” es el título de una obra de teatro.’ Pero no una obra cualquiera. Muchos críticos creen que es el drama más importante de la postguerra, e incluso, el drama por excelencia del siglo XX.
Vladimir y Estragón —dos vagabundos— son los personajes principales. Están en el campo, en una carretera solitaria, donde lo único que hay es un árbol enclenque, sin hojas, que recuerda vagamente una cruz o una horca. Están esperando a un misterioso personaje llamado Godot.
Pero la situación de los dos infelices es dolorosamente incierta. El tono del drama indica que la cita con Godot se hizo en un infinito tiempo pasado bajo circunstancias muy inciertas. Además, el lugar y la hora de la cita no están bien determinados. En otras palabras, no están seguros de nada.
Bajo esas circunstancias, la espera se torna insoportable. Vladimir y Estragón están preocupados porque sólo tienen una zanahoria para comer, además de unos nabos. No tienen dónde descansar, dónde dormir, dónde ir. Únicamente la llegada de Godot puede arreglar las cosas. Pero Godot no llega.
El tiempo es la mayor causa de desesperación de los personajes, porque no saben qué hacer con él. “Qué hacemos?” —clama desesperado Estragón. La única respuesta posible es esperar a Godot. Pero Godot no viene. Seis veces se repite este diálogo.
Estragón: “Vámonos!”
Vladimir: “No podemos”. Estragón: “Por qué?”
Vladirnir: “Porque estamos esperando a Godot”.
La espera nunca termina. Godot nunca viene. Mientras esperan les suceden las cosas más absurdas. No hay nada importante que hacer. Sólo esperar. No hay otro objeto. Fuera de la espera, la vida carece de sentido. Lo único que puede dar significado y valor a sus vidas es la llegada de Godot. El tiene la solución al problema de la existencia. Sin él no son más que dos seres absurdos, sumergidos en el tiempo, desamparados ante los sufrimientos de una existencia que no comprenden. Toda su esperanza está puesta en Godot. Pero Godot no viene. Pero lo más triste es lo que quiero sugerirte ahora. Godot no vino ayer. Ellos esperaron en vano. Han esperado bastante tiempo con el mismo resultado. Hoy no vino tampoco, ¿y mañana? Aquí prepárate para recibir un estremecimiento en el corazón. Es posible que no venga mañana tampoco, porque es posible que Godot no exista. ¿Y la espera? Continuará por siempre, sin solución de continuidad. ¿Y los que esperan? Esperarán hasta el fin, luego morirán sin esperanza, derrotados por la vida y por el tiempo. Morirán, porque la muerte y la aniquilación es lo único cierto que existe para ellos, y la única solución para su absurda existencia. Pero una existencia como ésta, no tiene por qué ser tu destino.


UNA BROMA SANGRIENTA


¿Comprendes ahora? Rosette Lamont dice que Esperando a Godot es una “farsa metafísica”; es decir, es como un retrato del mundo y del hombre. Es como una metáfora o una figura del hombre actual. Es como un comentario de la vida y una definición de la humanidad en esta generación. El gran problema de los dos vagabundos del drama es la inseguridad y la incertidumbre. Mientras esperan están atormentados por necesidades urgentes. Comer, beber, descansar, dormir: son sus mayores necesidades. ¿No le pasa lo mismo a la humanidad en este tiempo? Creo que concordarás conmigo en que así es. La humanidad vive bajo la tiranía de la materia. Casa, comida y bebida son sus mayores preocupaciones. Y mientras se afana por suplir esas necesidades materiales, tiene el alma enferma. Enferma de temor, enferma de inseguridad. El hombre moderno está enfermo porque no se conoce a sí mismo. No sabe nada del pasado, nada del presente y nada del porvenir. Es decir, no sabe quién es, no sabe de dónde viene, no sabe para qué existe y no sabe hacia dónde va. Es la enfermedad que Raymond Queneau llama la enfermedad del ser. El pensamiento moderno y los existencialistas describen al hombre actual como un ser con “un santo vacío y un hambre nouménica”, grávido de angustia y ansiedad. Pero esta enfermedad de nuestro tiempo es una dolencia moderna. El hombre moderno se ha infligido a sí mismo esta enfermedad que sus padres no conocieron. A mediados del siglo pasado comenzó esta enfermedad, como resultado del movimiento que puso en marcha la teoría de la evolución.

Ahora reflexiona con cuidado en esto. La comprensión del yo y de nuestro ser es mucho más que tener conciencia de vivir tal como nuestros sentidos nos lo dicen. O sea, no basta decir “veo, oigo, siento, luego existo”. La existencia es mucho más que sólo eso. Como escribió el Dr. Manuel Rodríguez Burgos: “Todo hombre, a menos que sea un simple ente sin ambición y sin conciencia, a menos que sea un cretino, tiene que enfrentarse con seis preguntas fundamentales que le presentan un interrogatorio que debe resolver en alguna forma. Son: 1. ¿De dónde? 2. ¿Cuándo? 3. ¿Dónde? 4. ¿Cómo? 5. ¿Por qué? 6. ¿A dónde?”

Un sencillo análisis reduce el interrogatorio a unas pocas preguntas personales y vitales: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para qué existo? ¿Cuál es mi destino? Estas son las preguntas vitales. El hombre necesita desesperadamente las respuestas, porque son las únicas que pueden dale significado y sentido a su existencia. Pero considera bien esto. La respuesta a la pregunta: “Para qué existo?” depende de la respuesta a esta otra: “De dónde vengo?” La respuesta a la más importante de todas: “¿Quién soy?” depende de la respuesta a todas las otras preguntas. Es decir, sólo puedes conocerte a ti mismo si sabes de dónde vienes y para qué existes.

¿Resultado? El hombre vive como en agonía interminable; porque el hambre de su alma sólo se puede saciar con alimento que se llama certidumbre. Certidumbre en cuanto a su origen y su destino, Y esa certidumbre se encuentra en la respuesta a las preguntas vitales. Pero, al parecer, nadie conoce las respuestas.
Pero el asunto es todavía más grave. Al hombre moderno se le enseñó que todo lo existente, toda la vida que existe en este planeta, viene de la nada. Se le enseño que no hay un objetivo ni un propósito para la existencia, que estamos aquí por accidente. Se le enseñó que una catástrofe cósmica dio origen a lo existente y que otra catástrofe le pondrá fin muy pronto.

¿Es extraño que el hombre moderno esté enfermo desde la misma raíz de su ser? Porque si el hombre no fue creado con un plan definido para su existencia, si es sólo un accidente fisicoquímico de la materia, sino es más que excrecencia de alguna charca pleistocénica... ¿qué es la vida?, ¿qué es la existencia?, ¿qué es el hombre? Tal vez convengas conmigo en que, bajo esas condiciones, la vida no es más que una broma gigantesca. El hombre no es más que un chiste cósmico y la existencia no es más que una comedia absurda... y sangrienta. En este caso, el hombre no es más que un vagabundo cósmico que espera a un Godot que nunca vendrá.

¿Y el dolor? ¿Y las lágrimas? ¿Y la angustia? ¿Y los clamores? ¿Nadie escucha todo esto? Según esta doctrina, nadie lo hace. Cuando el hombre aterrorizado lanza su grito lastimero ante el misterio, pidiendo respuesta, sólo escucha el eco de su propia voz que le confirma sus temores: No hay nada ni nadie. Está solo ante la vida y ante la muerte.

¿Hay razón para esta enfermedad del ser? Rubén Darío expresó así esta angustia: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Las últimas palabras en las Torres Gemelas


Se reproduce aquí una notable investigación realizada por cinco periodistas del The New York Times desde los momentos previos al atentado terrorista del 11 de setiembre hasta el colapso de las torres. Ellos reconstruyeron los últimos minutos de sobrevivientes y víctimas en base a cientos de testimonios. Esta es la historia.

Empezaron como llamados para pedir ayuda, información, consejo. Rápidamente se convirtieron en sonidos de desesperación, furia, amor. Ahora son el recuerdo de las voces de hombres y mujeres que murieron atrapados en los pisos superiores de las torres gemelas.A partir de sus últimas palabras surgió una crónica aterradora de los 102 minutos finales del World Trade Center, construida en base a decenas de conversaciones telefónicas, e-mails y mensajes de voz. Recogidos por periodistas del New York Times, estos relatos, junto con el testimonio de un puñado de personas que lograron escapar, le dan un carácter humano a una parte, tan sólo, de esta catástrofe: la destrucción arrolladora en los 19 pisos superiores de la torre norte y en los 33 pisos superiores de la torre sur, los lugares donde más vidas se perdieron el 11 de septiembre.De las 2.823 muertes que provocó el atentado de Nueva York, por lo menos el 69%, es decir 1.946, ocurrieron en esos pisos superiores. Así lo determinó un análisis del New York Times . Sus últimas palabras narran un mundo que se estaba deshaciendo. Una sola llamada no puede describir los hechos que se desencadenaban a una velocidad atroz, en muchos lugares a la vez. En conjunto, sin embargo, las palabras desde los pisos superiores no sólo ofrecen una visión estremecedora de las zonas devastadas, sino la única ventana a actos de coraje, decencia y bondad en un momento brutal.
8:00
Faltaban 2 horas y 28 minutos para que se derrumbara la torre norte. Rostros familiares ocupaban muchas de las mesas en el restaurante Windows on the World, en el piso 107 de la torre. Uno de ellos era el de Neil Levin, director ejecutivo de Port Authority, un organismo gubernamental a cargo de los accesos a la isla de Manhattan. Según contó su esposa, Christy Ferer, ese día Levin había invitado a un banquero amigo a desayunar y allí lo estaba esperando, sentado a una mesa con vista a la Estatua de la Libertad. En el hall de entrada del edificio, 107 pisos más abajo, un asistente de Levin esperaba al invitado. Pero, cuando llegó, tuvieron la suerte de equivocarse de ascensor, según contó la señora Ferer, y tuvieron que regresar a la planta baja para tomar otro.Mientras tanto, arriba, Levin leía el diario. Es lo que contaron algunos sobrevivientes que lo vieron por última vez a las 8:44, antes de tomar el ascensor. Fueron las últimas personas que lograron salir del restaurante.
8:46
El impacto del Boeing 767 de American Airlines se produjo a las 8:46:26. A 756 kilómetros por hora, el avión tardó 1,2 segundo en recorrer las últimas dos cuadras hasta la torre norte, antes de aterrizar entre los pisos 94 y 98. Sin embargo, tres pisos más abajo, en la oficina de Steve McIntyre, no se movió ni un papel. Hasta que llegó la onda expansiva, que sacudió al edificio como un barco gigantesco en medio de una tormenta. "Tenemos que salir de acá", gritó Greg Shark, desde la puerta de la oficina de McIntyre. De alguna manera estaban vivos. Más tarde tomarían conciencia del margen mínimo que les había permitido escapar. McIntyre recuerda haber se asomado a una escalera oscura y en ruinas, llena de humo. Lo único que escuchaba era el agua que caía por los escalones. Miró hacia arriba. La escalera estaba bloqueada. No lo sabía en ese momento, pero arriba había 1.344 personas, diseminadas en 19 pisos, que estaban vivas, ilesas y pedían ayuda. Ninguna sobreviviría. Abajo, en otros 90 pisos, miles de personas también estaban vivas, ilesas y pedían ayuda, pero la mayoría de ellas, en cambio, lograrían salvarse.
9:00
"¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?", le preguntaba insistentemente Doris Eng, la gerente de Windows on the World, a quien la atendió en el Centro de Incendios, ubicado en la planta baja del edificio. Minutos después del impacto del avión, el restaurante estaba lleno de humo y le resultaba difícil dirigir a las 170 personas que estaban a su cargo. "Mirá CNN", le dijo Stephen Tompsett a su esposa en un e-mail, desde el piso 106. "Necesito que me tengas al tanto". Glenn Vogt, el gerente general del restaurante, dijo que su asistente, Christine Olender, lo llamó a su casa 20 minutos después del impacto del avión y dijo: "Se está cayendo el techo. El piso se está arqueando". "No puedo ir a ninguna parte porque nos dijeron que no nos moviéramos", dijo Ivhan Carpio, un empleado de Windows, en un mensaje que dejó en el contestador de su primo. "Tengo que esperar a los bomberos".Los bomberos, sin embargo, no podía dar una respuesta rápida. Nadie en Nueva York había visto un incendio de estas características. Como los ascensores estaban en ruinas, los bomberos acarreaban aparejos pesados escaleras arriba, enfrentándose a una marea de evacuados. Una hora después del impacto del avión, todavía estaban 50 pisos abajo del restaurante.Escaleras abajo, los jefes de bomberos respondían a los llamados de los pisos superiores. "No hay mucho que puedan hacer más que mojar una toalla y taparse la cara", dijo Alan Reiss, ex director de Port Authority. Pero el avión había deteriorado la tubería de agua que iba a los pisos superiores. Jan Maciejewski, un mozo de Windows, le contó a su esposa por celular que no había agua suficiente para mojar un trapo y le dijo que iba a usar el agua de los floreros.En todo el piso prácticamente no había agua. También escaseaba el aire, pero los celulares y las computadoras de mano inalámbricas seguían funcionando. Gracias a estos dispositivos, unas 41 personas en el restaurante se comunicaron con alguien fuera del edificio. Garth Feeney llamó a su madre, Judy, en Florida. "Mamá", le dijo. "No llamo para conversar. Estoy en el World Trade Center y se acaba de estrellar un avión".
9:01
Faltaban una hora y 27 minutos para el colapso de la torre norte. Dos pisos más abajo del restaurante Windows, Andrew Rosenblum, un broker de la firma Cantor Fitzgerald, pensó que era una buena idea tranquilizar a los familiares. Del otro lado del teléfono, su mujer, Jill, desde su casa, escuchó cómo Andrew le decía a los que estaban con él: "Denme los números de teléfono de sus casas". "Por favor, llamá a sus maridos y esposas, deciles que estamos en la sala de conferencias y que estamos bien", le dijo Andrew a su mujer. Ella recuerda haber garabateado los nombres y números en un papel amarillo en la cocina de su casa, mientras en un televisor de 13 pulgadas miraba cómo ardían las torres.Mike Pelletier, otro empleado de Cantor, en el piso 105, se comunicó con su esposa, Sophie, y también se puso en contacto con un amigo que le dijo que el accidente de avión había sido un ataque terrorista. Pelletier le transmitió la información a los gritos a los que estaban a su alrededor. Mientras tanto, Jill Rosenblum, desde su casa, llamaba a los números en el papel amarillo. "Buenos días. Usted no me conoce, pero alguien en el World Trade Center me dio su número", dijo. "Hay unas 50 personas en una sala de conferencias y dicen que, por ahora, están bien".
9:02
Faltaban 57 minutos para el derrumbe de la torre sur. Los que estaban en esta torre, por el momento, no eran más que espectadores circunspectos. "Hola, Beverly, soy Sean, por si escuchas este mensaje", dijo Sean Rooney en un mensaje de voz que le dejó grabado a su esposa en el contestador. "Hubo una explosión en World Trade One, el edificio de enfrente. Parece que se estrelló un avión. Se está incendiando más o menos en el piso 90. Es... es... es terrible. Adiós".Aún en la torre de Rooney se podía sentir el calor del fuego que arrasaba el otro edificio. Y, desde allí, se podían ver cuerpos que caían de los pisos superiores. La gente empezó a irse, a pesar de que los encargados del edificio les aconsejaban quedarse porque, aducían, era más seguro permanecer dentro de un edificio que no estaba averiado que caminar por la calle llena de escombros.Esa directiva cambiaría en el preciso momento en que Rooney le dejaba un segundo mensaje a su esposa, a las 9:02. "Cariño, soy yo otra vez", dijo. "Parece que nos vamos a quedar en esta torre por un rato". Hizo una pausa. "Dicen que acá estamos a salvo", continuó Rooney. "Te llamo más tarde".Mientras Rooney hablaba, el vuelo 175 de United Airlines sobrevolaba el puerto de Nueva York.En el piso 81 de la torre sur, Stanley Praimnath, desde su escritorio en el Fuji Bank, lo divisó. Según la historia que contó más tarde, detectó un punto gris en el horizonte. Un avión, que pasaba al lado de la Estatua de la Libertad. El avión de United Airlines se hacía cada vez más grande, hasta que Praimnath pudo ver una franja roja en el fuselaje. Luego el avión se ladeó y empezó a dirigirse hacia donde él estaba. A las 9:02:54, la trompa del avión se estrelló directamente en el piso de Praimnath, a unos 49 metros de su escritorio. Se encendió una bola de fuego. Una ola expansiva arrojó las computadoras y los escritorios por los ventanales y arrancó de un tirón los manojos de cables eléctricos. Luego, la torre sur pareció encorvarse y se balanceó lentamente hacia el río Hudson, poniendo a prueba el esqueleto de acero antes de recuperar su posición habitual.Stanley Praimnath se hizo un ovillo debajo del escritorio. Desde allí podía ver un pedazo de aluminio brillante perteneciente al avión, incrustado en lo que quedaba de la puerta de su oficina. El avión había arrasado seis pisos, del 78 al 84. Tres pisos más arriba de la oficina de Praimnath, las oficinas de Euro Brokers habían sido aniquiladas. Pero aun allí, en el agujero que había dejado el avión tras el impacto, había otros sobrevivientes. De inmediato, todos ellos se dirigieron a la escalera más cercana, al mando de Brian Clark, un empleado de mantenimiento del piso 84, que tenía una linterna y un silbato.En la escalera, el humo se mezclaba con el polvo que flotaba en el aire. Cuando se acercaban al piso 81, recuerda Clark, se encontraron con una mujer que les dijo, a los gritos: "No se puede bajar. Tienen que subir. Abajo hay mucho humo y muchas llamas".Ese comentario cambió todo. Cientos de personas llegaron a la misma conclusión, pero el humo y los escombros en el hueco de la escalera resultaron un obstáculo menor que el miedo. Esta escalera fue la única vía de escape del edificio, desde el piso más alto hasta la planta baja de la torre sur. Cualquiera que hubiera encontrado esta escalera con el tiempo suficiente podría haber logrado salvarse.A los sobrevivientes que se quedaron en el piso 81 les llevó un tiempo entender que ésta era su única posibilidad de salvación. Discutían las alternativas: "¿Arriba o abajo?". Unos gritos provenientes del mismo piso pusieron fin al debate."¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!", gritaba Praimnath. "Estoy atrapado. ¡No me dejen aquí!" Sin más discusión, el grupo reunido en las escaleras marchó en diferentes direcciones. Clark recuerda que algunos se dirigieron hacia arriba. Otros caminaron hacia el lugar de donde provenían los pedidos de socorro. Praimnath vio la luz de la linterna y se arrastró en esa dirección, sobre las pilas de escritorios y pedazos de cielo raso. Minutos antes, ése había sido el departamento de préstamos del Fuji Bank. Finalmente, llegó hasta una pared y pudo ver a Clark del otro lado. "Tiene que saltar", le dijo Clark a Praimnath, a quien ya le sangraba la mano y la pierna izquierda. "No hay otra alternativa".Clark lo ayudó a pasar del otro lado. Ambos hombres se dirigieron a la escalera y enfilaron para abajo. Por las grietas se filtraban las llamas y el piso estaba resbaladizo por el agua que caía de varias tuberías perforadas. El humo no era tanto. Las escaleras estaban despejadas y así lo estarían hasta 30 minutos después de que el avión se estrellara contra la torre sur.Mientras tanto, Ronald DiFrancesco, uno de los sobrevivientes del piso 84, subió unos 10 pisos en busca de aire. Allí se encontró con varias personas que estaban subiendo. No podían salir de la escalera. Las puertas no abrían. Exhaustos, en medio de un humo denso, muchos se tiraban al piso. DiFrancesco hizo lo mismo. "Todos empezaban a quedarse dormidos", dijo más tarde. "Entonces yo me incorporé y pensé: Tengo que volver a ver a mi mujer y a mis hijos". Y bajó las escaleras corriendo.
9:05
Faltaban 54 minutos para el derrumbe de la torre sur. Mary Jos no puede decir con seguridad cuánto tiempo estuvo allí tirada, inconsciente, en el piso 78, frente a la puerta del ascensor. Entre el humo negro y denso y las nubes de yeso pulverizado, lentamente empezó a percibir el terror. El piso 78, que minutos antes había estado lleno de empleados inseguros sobre si abandonar el edificio o retomar sus tareas, ahora estaba lleno de cuerpos inmóviles.El cielo raso, las paredes, las ventanas, el centro de información, todo había quedado destruido cuando el ala izquierda del segundo avión se introdujo en el piso 78.En un instante, dicen los testigos, se encontraron frente a una luz brillante, una ráfaga de aire caliente y una ola expansiva que arrasó con todo. En medio de ese silencio mortal, quemada y sangrando, Mary Jos pensó en una sola cosa: su marido. "No voy a morir", recuerda que dijo en ese momento.En los 16 minutos que transcurrieron entre un ataque y el otro, quienes estaban en la torre sur apenas tuvieron tiempo de absorber el horror que podían ver en el edificio de enfrente y decidir qué hacer. Antes del impacto del segundo avión, dijeron los sobrevivientes, la gente en el piso 78 tenía sentimientos ambiguos: por un lado, alivio ante los anuncios de que su edificio era más seguro que caminar por la calle y, por otro, miedo de que no fuera así. En esos momentos críticos, la gente se arremolinaba tratando de tomar una decisión. ¿Sentarse frente a los escritorios para la apertura de los mercados o ir a buscar una taza de café abajo? En la firma Keefe, Bruyette & Woods, los que se fueron sobrevivieron y los que se quedaron murieron.Una de las víctimas, Stephen Mulderry, habló con su hermano Peter y describió la explosión en la torre norte que podía ver desde su ventana. Pero le habían dicho que su torre estaba "a salvo" y, además, estaba sonando su teléfono. "Mi hermano dijo: Te tengo que dejar. Suenan los teléfonos y el mercado está a punto de abrir", recuerda Peter Mulderry.Momentos antes del segundo impacto, todos los que estaban en el piso 78 no sabían si subir o bajar. En el momento del impacto, el hall que estaba lleno de gente quedó en silencio, a oscuras, casi inmóvil. Por todas partes había gente muy malherida, muerta o a punto de morir. Lentamente, los que podían moverse, empezaron a hacerlo. De pronto, de la nada, apareció un hombre misterioso, con la boca y la nariz tapadas con un pañuelo rojo. Buscaba un matafuegos. Según recuerda Judy Wein, señaló las escaleras y dijo algo que salvaría muchas vidas: "Todos los que puedan caminar, levántense y caminen ahora. Todos los que puedan ayudar a otros, encuentren a alguien que necesite ayuda y bajen rápido".En grupos de dos o tres, los sobrevivientes empezaron a abrirse paso dificultosamente hacia las escaleras. Algunos nunca pudieron levantarse. Hasta donde se sabe, de las decenas de personas que estaban en el piso 78, sólo 12 lograron salir de allí con vida.
9:35
Faltaban 53 minutos para que la torre norte se derrumbara. En los pisos 104 y 106, era tanta la necesidad de aire que la gente se amontonaba, uno encima del otro, en las ventanas, semicolgados a casi 400 metros de altura. Nunca se salvarían.Detrás de las ventanas que no se habían roto, la gente se apiñaba. "Unos cinco pisos más abajo de la terraza hay cerca de 50 personas con la cara presionada contra la ventana intentando respirar", dijo un oficial de policía desde un helicóptero.Hoy se sabe que aproximadamente 900 personas encontraría la muerte entre los pisos 101 y 107.Desde el piso 106, Stuart Lee, vicepresidente de Data Synapse, envió un e-mail a su oficina en Greenwich Village. "Ahora se está discutiendo si romper una ventana o no. Por ahora el consenso es que no debemos hacerlo", dijo.A esa altura, según muestran los videotapes, las llamas ya habían arrasado los pisos donde había impactado el avión. Ráfagas de fuego arrojaban al vacío a la gente que estaba asomada por las ventanas rotas. En la sala de conferencias del piso 104, Andrew Rosenblum y otras 50 personas hacían esfuerzos para tapar las bocas de ventilación con sus abrigos."Arrojamos las computadoras contra las ventanas para romperlas y tener un poco de aire", le dijo Rosenblum por celular a su compañero de golf, Barry Kornblum.Pero no había lugar donde esconderse. Cuando vio cómo caían varias personas de los pisos superiores, Rosenblum perdió la calma, recuerda su esposa, Jill. Mientras estaba hablando con ella, dijo: "Dios mío".
9:38
Faltaban 21 minutos para que se desplomara la torre sur. "Los rociadores de emergencia no funcionan", le dijo Alayne Gentul a su esposo, Jack, que la escuchaba desde su oficina en el Instituto de Tecnología de Newark, en Nueva Jersey. Nadie sabía que el avión había roto las tuberías de agua."No sabemos si quedarnos o irnos", le dijo Alayne a su marido. "No quiero bajar y encontrarme con un incendio".Entre las víctimas, según las llamadas telefónicas, los mensajes y las declaraciones de los testigos, había mucha gente que murió por detenerse a tenderle una mano a colegas o a extraños. Otros actuaron con profunda ternura donde ya no quedaba nada más. Alayne Gentul fue una de las personas que tomó la decisión de asistir a los demás. Ayudó a un grupo a salir antes que se estrellara el segundo avión. Una recepcionista, Mona Dunn, la vio en el piso 90, donde los empleados estaban debatiendo si quedarse o irse. La señora Gentul puso fin a la discusión en un instante. "Bajen y háganlo en orden", dijo, señalando la escalera. "Parecía una maestra hablándole a sus alumnos", recuerda Dunn.Mientras tanto, muy cerca de allí, transcurría otra llamada telefónica. Edmund McNally llamó a su esposa, Liz, cuando el piso empezaba a arquearse. McNally le recitaba a su esposa las pólizas de seguro y los programas de beneficios para los empleados de Fiduciary, la firma para la que trabajaba. "Dijo que yo era el mundo para él y que me amaba", recuerda la señora McNally, e intercambiaron lo que serían sus últimos adioses. Pero antes de cortar, su marido le dijo que había hecho una reserva de un viaje a Roma para los dos, para festejar el cumpleaños número 40 de ella. "Liz", le dijo, "vas a tener que cancelar la reserva".Mientras tanto, en el piso 93, Gregory Milanowycz, de 25 años, instaba a los demás a que se fueran.El, en cambio, decidió volver, después de oír el anuncio de que el edificio estaba a salvo. "¿Por qué los escuché? No tendría que haberlo hecho", le dijo, lamentándose, a su padre, Joseph, cuando lo llamó. Ahora estaba atrapado. Le pidió a su padre que le preguntara a los bomberos qué tenían que hacer. El le respondió que tenían que quedarse cerca del piso y que los bomberos estaban subiendo. Entonces, cuenta su padre, lo oyó gritar a los demás: "Están viniendo. Mi papá está hablando por teléfono con ellos. Están viniendo. Todos tienen que tirarse al piso".En el piso 87, un grupo de personas se había refugiado en una sala de conferencias. Durante los minutos finales, Eric Thorpe logró llamar a su mujer, Linda Perry Thorpe. Pero ella no lograba escucharlo. Lo único que podía oír era el ruido ambiente. "Alguien preguntó: ¿Dónde está el matafuegos?", recuerda Linda. "Otro respondió: Lo tiraron por la ventana. Después oí una voz que decía: ¿Alguien está inconsciente? Escuché a un hombre que enloqueció y estalló en un ataque de llanto y a otro que lo consolaba y le decía: Todo está bien, todo está bien".
9:45
Faltaban 14 minutos para que se derrumbara la torre sur. El techo parecía una opción obvia —y la única— para la gente que estaba en los pisos superiores. Un helicóptero había evacuado a algunas personas de la terraza de la torre norte en febrero de 1993, después de que estalló una bomba terrorista en el subsuelo del edificio. Por varias razones, sin embargo, el departamento de bomberos y las autoridades policiales descartaron los helicópteros como parte de su plan de evacuación. Según relatos de sus familiares y llamadas al número de emergencias 911, para muchos de los que estaban atrapados en las torres esta decisión fue un shock.Sólo algunos pensaron que la escalera "A" podía llevarlos abajo a salvo. Frank Doyle llamó a su esposa, Kimmy Chedell, para recordarle que los amaba, a ella y a sus hijos. Kimmy recuerda que su marido también le dijo: "Subí a la terraza y las puertas están cerradas. Tenés que llamar al 911 y decirles que estamos atrapados".El piso 105 fue la última parada para muchos de los que habían subido hasta la terraza. Sean Rooney llamó a Beverly Eckert. Se habían conocido en un baile de la secundaria en Buffalo, cuando ambos tenían 16 años. Acababan de cumplir 50. El había intentado bajar pero el camino estaba bloqueado. Entonces había subido 30 pisos hasta la terraza. Ahora esperaba poder salir."No podía imaginarse por qué la terraza estaba cerrada. Estaba preocupado por las llamas", dijo Beverly. "Le costaba respirar". Los techos se estaban viniendo abajo. Los pisos empezaban a ceder. Las llamadas se cortaban. El estaba solo en una habitación llena de humo. Se despidieron. "Me estaba diciendo que me amaba", recuerda Beverly. "Después se escuchó la explosión".Faltaban 28 minutos para que cayera la torre norte. "Mamá", preguntó Jeffrey Nussbaum. "¿Qué fue esa explosión?" A unos 30 kilómetros de distancia, Arline Nussbaum podía ver por televisión lo que su hijo no podía ver a 45 metros. Ella recuerda el último diálogo entre ambos. "La otra torre se acaba de derrumbar", dijo la señora Nussbaum a su hijo. "Dios mío", le respondió Jeffrey. "Te quiero", dijo él. Después el teléfono se quedó mudo.
10:00
La torre norte, en la que el avión se estrelló 16 minutos antes que en la torre sur, todavía estaba en pie. La gente que había quedado atrapada se moría tan lenta e irremediablemente. Las llamadas mermaban. Cada vez caía más gente por las ventanas.A las 10:18, Tom McGinnis llamó a su esposa, Iliana. Su conversación le quedó grabada a ella en la memoria. "Todo está muy mal", dijo Tom. "Ya lo sé", le respondió Iliana, que todo el tiempo había albergado la esperanza de que su marido no hubiera llegado al edificio antes de que se estrellara el avión. "Esto es muy malo para el país. Parece la Tercera Guerra Mundial".Algo en el tono de voz de su marido alarmó a la señora McGinnis. "Estamos en el piso 92 en una habitación y no podemos salir. Te amo. Cuida a Caitlin", dijo desalentado Tom. "No pierdas la calma", le contestó la esposa. "Ustedes son fuertes y van a poder salir de ahí". "No entendés", le dijo entonces Tom. "Hay gente que está saltando al vacío desde los pisos de arriba".Eran las 10:25. El fuego arrasaba el lado oeste del piso 92. La gente saltaba por las ventanas. "No cuelgues", le rogó ella. "Tengo que tirarme al piso", le dijo Tom. Y, con esa frase, se cortó la comunicación telefónica.Eran las 10:26, dos minutos antes de que se desmoronara la torre. El World Trade Center había quedado en silencio.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La Mujer Femenina


LA MUJER FEMENINA

¿TE GUSTAN las adivinanzas? Pues aquí va una. “Dos personas están trepadas en una cerca. La menor es hija de la mayor, pero la mayor no es el padre de la menor. ¿Quién es la mayor?” ¿Adivinaste? Si no pudiste, no te preocupes demasiado. Hace tiempo se sabe que esta adivinanza causa desconcierto en muchas personas. De hecho, es un misterio que resulte tan difícil adivinarla. En otros términos, el problema es el siguiente: Hay dos seres humanos, uno adulto y otro menor. Ambos están trepados en una cerca. El menor es hijo del adulto, pero el adulto no es el padre del menor. Nadie debería tener tanta dificultad para adivinar que el adulto es la madre. ¿Por qué entonces resulta tan difícil la adivinanza? Se debe a un mal de nuestro tiempo. Un mal que ya es bastante antiguo. Un mal que ha hecho sangrar la parte más bella y más importante de la humanidad. Me refiero a la mentalidad masculina con que pensamos, hablamos y actuamos. Nuestras generalizaciones sociales se hacen en términos masculinos. Si un grupo de veinte mujeres sesiona y delibera, dice “nosotras”. Pero si hay un hombre en el grupo, dice “nosotros”, porque si dice “nosotras” el hombre protesta. En cambio, cuando dice “nosotros” a causa de un solo hombre, ninguna de las veinte mujeres protesta. En nuestra sociedad los hombres pertenecen a una categoría general y las mujeres a una categoría especial.

Cuando decimos hombre, nos referimos a hombres y mujeres; pero si queremos referirnos al sexo femenino, tenemos que especificarlo claramente. La palabra humanidad viene de horno, es decir, hombre, y a nuestra especie se le da el nombre de horno sapiens aunque es posible que las mujeres superen a los hombres en número. Y, ¿por qué no decirlo?, aunque el tal horno no siempre sea horno y rara vez sea sapiens. Nuestras costumbres lingüísticas revelan lo mismo. Las ocupaciones y profesiones de más “prestigio” son masculinas. Es vulgarismo decir ingeniera, arquitecta o albañila. Aunque haya terminado a la cabeza de su clase compuesta en un 98 por ciento de hombres, una esforzada mujer que obtiene un título en ingeniería, tendrá que oír que 1e digan “ingeniero” y que algunos la vean como “rara”, “advenediza” y “liberada”. Por otra parte, para “mantener una dignidad que se proclama en la tradición jurídica de todos los pueblos”,’ no se debe decir jueza sino juez, por decreto de la Academia.

EL HOMBRE CONTRA SÍ MISMO

Lo anterior sólo intenta ilustrar un hecho, el error más costoso y el crimen más doloroso que el hombre ha cometido contra sí mismo: la degradación de la mujer. Y digo contra sí mismo, porque en la medida en que el hombre envileció a la mujer se envileció a sí mismo. Prácticamente todas las filosofías y religiones anteriores al cristianismo manifestaron una clara tendencia a menospreciar a la mujer. El budismo hace a la mujer símbolo de la naturaleza engañosa e impura del mundo. El dualismo persa considera a la primera mujer aliada de Ahrimán, o sea el principio del mal. No mencionamos, por conocido, el hecho de que Grecia y Roma consideraron a la mujer netamente inferior.

Ni siquiera el cristianismo se libró de la fuerte tendencia. En el siglo XI algunos clérigos dudaron seriamente que la mujer tuviera alma. En el siglo de las luces, el siglo XVIII, llamado también el siglo de la filosofía y de la ciencia, médicos y filósofos convirtieron a la mujer en el símbolo de la patología. Y ahora mismo, en una parte muy importante del mundo hay avisos a la entrada de las mezquitas que dicen: “Prohibida la entrada a mujeres, perros y otros animales impuros”. Esta actitud tan antigua y arraigada hizo que la suerte de la mujer, en casi todas las esferas de la vida, se convirtiera en una carga ingrata y amarga. Ni siquiera algunas de las mujeres más grandes lograron vencer las desventajas de su sexo. Madame Curie fue una de las personas que más honraron a la ciencia y a la humanidad. Aunque ya había ganado un premio Nóbel, y pronto sería la primera persona en el mundo que ganara dos, Madame Curie fue rechazada como aspirante a la augusta Academia Francesa de Ciencias, simplemente porque era mujer.

MANIFIESTO FEMINISTA

Si eres mujer, con seguridad te hierve la sangre al leer estas líneas y considerar tamañas ofensas. Así hirvió la sangre de las heroicas mujeres que han luchado por sus derechos y han acrecentado la dignidad de su sexo a través de la historia. Ya en el siglo XX, un ejército de mujeres se puso en pie de guerra, para dar vida al movimiento de liberación femenina. Y éste lanzó a la faz del mundo el manifiesto feminista. El manifiesto feminista dice que el sexismo es un sistema injusto establecido por los hombres. Que son los hombres quienes han asignado a la mujer, arbitrariamente, el papel de ama de casa madre de familia, niñera y juguete para entretenimiento masculino. Que el hombre se ha asignado a sí mismo el papel de dirigente en el gobierno, la industria, la ciencia y el arte. Que este injusto sistema ha creado la mentalidad social que redujo a la mujer a la condición de esclava del hombre.

El movimiento de liberación femenina ha jurado destruir este injusto sistema. Ha jurado emancipar a la mujer. Ha jurado garantizarle los derechos que se le han negado históricamente. Quiere que la mujer tenga igualdad con el hombre. Igualdad de oportunidades para la educación, el desarrollo y la búsqueda de la felicidad. Igualdad de salarios para similares empleos. Igualdad social ante la ley y reconocimiento del derecho de la mujer a ser libre y buscar en la libertad su plena condición humana. Sin duda, todos apoyan esta justa aspiración de la mujer. Es justo y necesario que la mujer ocupe el lugar que le corresponde como compañera del hombre y como usufructuaria con él, de los frutos del árbol de la vida. La mujer debería compartir con el hombre la responsabilidad y la felicidad del hogar, de la familia y del matrimonio. Asimismo, la responsabilidad de resolver los problemas sociales y políticos de su patria. Debería interesarse y colaborar para la buena marcha del gobierno. Debería llevar la parte de la carga que le toque en la tarea de asegurar el futuro de la raza humana.

Pero —y aquí te invito a reflexionares movimiento de liberación entraña un serio peligro. Se está excediendo. La mejor parte de la humanidad —me refiero a los hombres y mujeres más sabios— ha lanzado la advertencia. Uno de estos ha dicho: “El movimiento de emancipación yerra su fin . . . Para muchas mujeres la emancipación significa, más o menos, llegar a ser como los hombres eran, o como son todavía. Esto deberá llevar inevitablemente al aniquilamiento del ser individual de la mujer, arrojándola así, en una crisis de identidad”.
Tú sabes que esto ya está sucediendo. Poco a poco va ocupando el panorama un tipo de mujer que busca ser como los hombres, hacer lo que hacen los hombres y vivir como viven los hombres. Pero, ¿es posible y saludable esto?

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿HOMBRE O VARÓN?

¿HOMBRE O VARÓN?

¿Te extraña la pregunta? ¿Tú creías que todos los varones son hombres? Pues conviene que reflexiones en esto. El varón nace, el hombre se hace. Ser hombre es una conquista. Ser varón es un accidente biológico. Todo niño de sexo masculino es un varón, pero sólo un adulto puede ser hombre. Ser varón es una disposición de la materia y la apariencia. Ser hombre es un estado de las fuerzas interiores y de las facultades más elevadas del ser. Un varón no es más que una posibilidad de ser hombre. Lamentablemente, esa posibilidad se frustra con más frecuencia de lo que parece. No todos los varones adultos son hombres de verdad. Algunos nunca llegan a serlo. Ser varón es un accidente biológico. Es como si las circunstancias de tu concepción hubieran lanzado una moneda al aire y tu sexo lo hubiera decidido el azar.

Toda persona tiene una razón de ser. Cada uno nació para cumplir una misión única y particular; el sexo que tiene cada uno es parte importante de las facultades que recibió para cumplir la obra de su vida. Pero todo esto está en otra dimensión. Por lo pronto ser varón es un hecho en el cual no interviniste. Ser hombre constituye tu compromiso y tu tarea. Llegar a ser hombre de verdad será la obra de tu vida.

NEGACIÓN, PERVERSIÓN, FALSIFICACIÓN

Ahora quiero hablarte de una falsificación del concepto de hombre. Y te hablo de esto, porque es una falsificación muy popular y de mucho prestigio. De hecho, temo que estés afectado por ella. Es la imagen y el concepto de hombre que nos dan las revistas, el cine y la televisión. A la pregunta, ¿quién es verdadero hombre? Contestan: el que practica la violencia y la sexualidad libre. La fórmula del hombre que nos dan incluye el horror, la tortura, la matanza y el desenfreno sexual. Por supuesto, esta fórmula de la hombría genera ganancias a los editores de revistas y a los productores de cine. Pero dan una imagen distorsionada del hombre. Sólo revelan su naturaleza animal. Así, los jóvenes se forman una idea equivocada de lo que es un verdadero hombre.

Esta falsificación de la verdadera hombría se llama machismo, y es muy común en el mundo entero, especialmente en América latina. ¿Quién es un macho? El que declara que no teme a nada y a nadie; ni siquiera a la misma muerte. Es el valiente que está dispuesto a partirse el alma, por cualquier causa, con cualquiera, a cualquier hora y en cualquier lugar. ¿Has visto un ejemplar de ésos? Supongo que sí. Abundan mucho y son fáciles de reconocer. Algunos se dejan desabrochados los primeros tres botones de la camisa para mostrar que son hombres de pelo en pecho.
Pero es en su concepto de la mujer donde el macho muestra mejor su pelaje. El macho se jacta de su masculinidad. Es el que husmea el aire cuando pasa cualquier mujer y no resiste la tentación de decirle algo si la considera atractiva, el que cuida a su hermana pero es muy capaz de deshonrar a la hermana de su amigo. Macho es el que exige que la mujer con quien se case sea virgen aunque él no lo sea, es el que obliga a su mujer a serle fiel, aunque él busque beber de la copa ajena. “Macho es el típico Don Juan, que no respeta mujer alguna, desde la dama más humilde hasta la más encumbrada”. Macho es el que ha cultivado las cualidades animales del cuerpo en desmedro de las facultades espirituales. Por eso, cuando mira a una mujer, sólo ve el cuerpo, y de éste, sólo las partes que se relacionan con el sexo. Es como el animal que, carente de facultades espirituales, sólo reacciona ante estímulos viscerales. El macho, incapaz de reconocer a la mujer, incapaz de apreciar el valor de su persona, le pone precio, contemplando y calculando el cuerpo del cuello para abajo. Fracciona la unidad del ser entero de la mujer, la despoja de su espíritu y su alma, y únicamente la considera como objeto sexual.

¡Qué diferente la actitud del hombre de verdad! El hombre no es indiferente a la belleza femenina. De hecho, es el único capaz de apreciarla en todo su valor. Pero el verdadero hombre conoce el valor de la persona humana. Considera a la mujer como un todo compuesto de espíritu, alma y cuerpo. Por eso aprecia la belleza femenina como la armonía y el equilibrio del ser entero. Considera la belleza femenina como la esencia de todas las dimensiones del ser. Por eso mira a la mujer a la cara y a los ojos. Sabe que el ser entero se revela en la actitud del rostro y la pureza de la mirada. Por eso puede apreciar la belleza femenina con pureza. El macho, en cambio, ofende a la mujer con sólo pensar en ella y la ensucia con sólo mirarla. Es lo que algunas mujeres han expresado con rubor y disgusto diciendo: “Sentía que me desvestía con la mirada”.

Por otra parte, no confíes demasiado en los rasgos viriles exteriores. Generalmente, el hombre que se cree muy macho basa su creencia en su vigor físico, en el volumen de sus músculos, en su valor y en otras minucias. Pero los estudiosos tienen otra opinión. José María Cabodevilla dice: “Esas notas que caracterizan al varón y a la mujer no se dan jamás en estado puro y absoluto. O, lo que es igual, que el ánimo y en condición de ambos sexos presenta un relieve masculino o femenino tan sólo predominante, nunca exclusivo, admitiendo una variadísima gama de acentos. No existe la mujer netamente femenina ni el hombre completamente masculino. Sólo existen seres humanos con características de uno y otro signo combinadas en distinta proporción”.

Recuerda, entonces que una mujer muy femenina puede ser valiente, usar voz de mando y ser inflexible. Y un hombre cabal puede tener complexión física delicada y llorar con dignidad sin negar su virilidad. El hombre y la mujer actúan con sabiduría y adecuadamente cuando se aceptan mutuamente como iguales. Las diferencias físicas, mentales y espirituales entre el hombre y la mujer son recíprocamente complementarias en todas las esferas de la vida y el esfuerzo humano. Podemos hablar con toda propiedad de la capacidad viril de la mujer y de la capacidad femenina del varón.

El macho que ignora esto y se considera amo y señor de la mujer es, además de otras cosas, un ignorante. Por esto, si te sientes muy macho, ten cuidado. Hay quienes afirman que el machismo exagerado del hombre latinoamericano es el resultado de una enfermedad carencial: carencia de identidad y de proteínas.

SE NECESITAN HOMBRES

¿Qué es ser verdaderamente hombre? Emerson ha dicho: “El hombre es un pedazo del universo hecho vida”. Y D. Stern afirma: “El hombre es la información suprema y la síntesis viviente de todas las fuerzas vivientes del globo”. La opinión de otros investigadores, igualmente sabios, nos confirma en el criterio de que ser hombre es el elevado ideal al que aspira o debe aspirar todo varón. Porque ser hombre es participar de la materia y del espíritu, de lo temporal y de lo eterno, de lo humano y de lo divino. Lo material, lo humano y lo temporal se trae al nacer. Lo espiritual, lo eterno y lo divino se adquiere. Se va adquiriendo con la educación, la experiencia, la madurez y el ejercicio de la vida espiritual. Cuando se alcanzan esas virtudes se es un hombre.
Quizá te parezca excesivo el valor que le concedo al hombre. Pero si observas y reflexionas con cuidado, verás que esta opinión está bien fundada. Hace poco leí esta definición de lo que es un hombre.

Ser hombre es hacer las cosas, no buscar razones para demostrar que no se pueden hacer.
Ser hombre es levantarse cada vez que se cae o se fracasa, en vez de explicar por qué fracasó.
Ser hombre es ser digno, consciente de los propios actos y responsable de ellos.
Ser hombre es trazarse un plan y seguirlo, pese a todas las circunstancias exteriores.
Ser hombre es levantar los ojos de la tierra, elevar el espíritu, soñar con algo grande.
Ser hombre es ser creador de algo: un hogar, un negocio, un puesto, un sistema de vida.
Ser hombre es entender el trabajo no como una necesidad sino como un privilegio.
Ser hombre es sentir vergüenza de burlarse de una mujer, de abusar del débil, de mentir al ingenuo.
Ser hombre es saber decir: “Me equivoqué” y proponerse no repetir la misma equivocación.
Ser hombre es comprender la necesidad de adoptar una disciplina basada en principios sanos y sujetarse por su propia y deliberada voluntad a esa disciplina.
Ser hombre es comprender que la vida no es algo que se nos da ya hecho, sino que es la oportunidad de hacer algo bien hecho.

Hombres de esta talla y de esta alcurnia los necesita el mundo y los reclama Dios”.
¿Comprendes? Ser hombre es la más hermosa conquista de la vida. ¿Has oído aquella canción con que el cantante José María Napoleón ganó el festival 011 de 1977? Se titula “Hombre” y confirma lo que te vengo diciendo. Aun a riesgo de alargarme quiero recordarte aquella poesía de Rudyard Kipling en la hermosa versión de Efrén Rebolledo que dice:
Si puedes estar firme, cuando en tu derredor todo el mundo se ofusca y tacha tu entereza; si, cuando dudan todos, fías en tu valor y al mismo tiempo sabes excusar su flaqueza; si puedes esperar y a tu afán poner brida, o, blanco de mentiras, esgrimir la verdad, o siendo odiado, al odio no dejarle cabida y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad; si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey; si piensas, y el pensar no mengua tus ardores; si el Triunfo y el Desastre no te imponen su ley y los tratas lo mismo, como a dos impostores; si puedes soportar que tu frase sincera sea trampa de necios en boca de malvados, o mirar hecha trizas tu adorada quimera y tornar a forjarla con útiles mellados; si todas tus ganancias poniendo en un montón las arriesgas osado en un golpe de azar, y las pierdes, y luego, con bravo corazón, sin hablar de tus pérdidas vuelves a comenzar; si puedes mantener en la ruda pelea alerta el pensamiento y el músculo tirante, para emplearlos cuando en ti todo flaquea menos la voluntad, que te dice “Adelante”; si entre la turba das a la virtud abrigo; si, marchando con Reyes, del orgullo has triunfado; si no pueden herirte ni amigo ni enemigo;

si eres bueno con todos, pero no demasiado, y si puedes llenar los preciosos minutos con sesenta segundos de combate bravío, tuya es la Tierra y todos sus codiciados frutos, y lo que más importa: ¡Serás Hombre, Hijo Mío! Es bueno ser firme y valiente en la lucha. Es bueno tener dominio propio y equilibrio para saber cuándo actuar y cuándo esperar, en qué circunstancia alzar el pecho y en cuál humillar la frente. Es bueno tener la grandeza necesaria para no rebajarse hasta la envidia, ni odiar ni condenar, ni sucumbir ante la debilidad del orgullo. Es bueno tener la capacidad de arriesgarse y levantarse de todas las caídas, porque el que tal hace es digno de triunfar y de beber la copa de la vida; pero lo más importante es que llegará a ser hombre. Ser hombre es el mayor éxito en la vida. Sólo un hombre verdadero puede ocupar un sitio en la cumbre.
¿Cuál es la respuesta a nuestra pregunta inicial? O sea, ¿cuándo un hombre es verdaderamente hombre? Loes cuando, con la ayuda de Dios, puede controlar su mente, su cuerpo, su espíritu y su voluntad. Ser hombre es ser íntegro. Ser hombre es vivir por principio. Hombre es el que ama la vida, a sus semejantes, a sí mismo y a Dios.

Como ves, ser hombre no es tarea fácil. De hecho, es imposible sin la ayuda de Dios. Llega a ser verdaderamente hombre el que une su voluntad y su debilidad con la voluntad y la fortaleza de Dios. Ser hombre, entonces, es una cuestión moral, ética y religiosa. Pilato, aquel romano de ingrata memoria, en los momentos más decisivos de la historia se refirió a Jesús con las palabras más apropiadas para ese momento: “He aquí el hombre”. Hoy asistimos a una de las derrotas más grandes que ha padecido la humanidad; la bancarrota del hombre. Hoy es más necesario el consejo que da San Pablo: “Portaos -varonilmente y esforzaos”. 10 Es como si te dijera personalmente. “Sé hombre. Cumple tu misión en la vida. Sal a escena y cumple tu papel con honor. Sé fuerte. Sé hombre”.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Hombres que triunfan.


HOMBRES QUE TRIUNFAN

EL FABULOSO imperio de los incas, abarcaba prácticamente toda la costa occidental de Sudamérica antes de la conquista española. La organización, riqueza, esplendor y disciplina del “Imperio del Sol” asombraron a los conquistadores. Los informes, los estudios y las crónicas que escribieron todavía expresan el asombro que experimentaron al descubrir aquella maravillosa civilización. Densamente poblado y resguardando tras fortalezas, como el Cuzco, los emblemas de su poder, el imperio se erguía desafiante y magnífico.

¿Cómo es posible, entonces, que Francisco Pizarro conquistara el enorme imperio en tan poco tiempo? Sólo contaba con 106 hombres y 62 caballos. Tal hazaña parece increíble; aún más, si se recuerda que, con frecuencia, los conquistadores luchaban contra los indios en una proporción de uno a cien. Naturalmente, tú conoces algunas circunstancias que parecen explicar el hecho. La ingenuidad de los naturales; la superioridad de las armas defensivas y ofensivas de los invasores; el concurso de caballos y perros en la batalla, que deben haber parecido a los indios como demonios; el conjunto espantable que formaban el caballo y su jinete, como si fuera una pirámide viviente, que lanzaba pavorosos estampidos y que podía matar a la distancia. Sí, esas razones parecen suficientes. Convengamos en que caballos, perros y armas de fuego desempeñaron una parte muy importante en aquella epopeya. Pero creo que coincidirás conmigo en que la consumación de aquella titánica empresa dependió, en mayor medida, de la grandeza de ánimo de los hombres que la emprendieron.

Una muestra del espíritu de aquellos hombres se vio en los primeros días de la conquista. Pizarro y sus hombres salieron de Panamá con ánimo de descubrir y conquistar la tierra cuyo nombre y riquezas fabulosas eran una leyenda entre los naturales. La primera expedición no logró sus propósitos porque la extensión del país requería más recursos para conquistarlo. Los aventureros decidieron que Diego de Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos, mientras Pizarro esperaba, con la mayor parte de sus expedicionarios, en una isla desierta, hasta que llegaran los refuerzos.

Es fácil imaginar los peligros y trabajos que las campañas de descubrimiento y conquista imponían a aquellos hombres. Los cronistas registran las penalidades que padecieron. Los hombres que iban a quedarse con Pizarro ya habían padecido, durante muchos meses, hambres, peligros, tormentas y otras mil penalidades. Y ahora, quedarse abandonados en aquella isla los llenaba de temor. Anticipaban fácilmente los peligros y sufrimientos que les esperaban. Antes que el barco los abandonara, algunos lograron enviar una carta al gobernador de Panamá, narrándole sus sufrimientos y la opresión que padecían de sus capitanes Almagro y Pizarro, y suplicándole que viniera a librarlos de sus aflicciones.

Apenas- recibió la carta el nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos, ordenó que zarparan inmediatamente dos barcos, para rescatar a quienes padecían tamaña opresión.
Cuando llegaron los barcos y se pregonaron las disposiciones del gobernador, Pizarro advirtió que la mayoría de sus hombres lo abandonaría. Entonces, con ese aliento de grandeza que distingue a los grandes hombres en momentos decisivos, trazó con la espada una raya en la arena de la playa. La raya, que corría de oriente a poniente, separaba el norte del sur, a manera de una frontera entre la grandeza y la cobardía. Al lado norte de la raya quedaba el mundo conocido y la seguridad. Al lado sur quedaba el misterioso mundo que buscaban y . . . la riqueza y la fama. Pizarro, pasando al lado sur, dijo, con arrebatadora elocuencia: “Camaradas y amigos, esta parte es la de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra, la del gusto y el descanso. Por una se va a Panamá, a ser pobres, por la otra al Perú a ser ricos. Escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviese”.

Trece hombres cruzaron la raya para unirse con él. Trece hombres a quienes la historia conoce con el hermoso nombre de “Los Trece de la Fama”. Valor, atrevimiento y fortaleza, es el espíritu que esperamos ver en los hombres de verdad. Justo es que la historia conserve el recuerdo de los grandes hechos de aquellos grandes hombres. Pero, preguntamos, ¿eran grandes hombres aquellos aventureros? ¿Eran verdaderos hombres? ¿Tenían fibra necesaria? ¿Qué es un hombre de verdad? ¿En qué consiste la verdadera hombría? ¿Cuándo un hombre es verdaderamente hombre?

La respuesta a estas preguntas implica una forma de ver la vida y una forma de ser. Nadie puede cumplir su misión en la vida si no ha contestado estas preguntas. Como ves, la respuesta a la pregunta, “qué es un hombre?” es de suma importancia. Ernest Cassirer dice que conocerse a sí mismo es la obligación fundamental del hombre, y que “los grandes pensadores religiosos han sido los primeros que han inculcado esta exigencia moral”. ¿Eres hombre de verdad? Dar respuesta a esta pregunta es tu obligación fundamental. Es más, es una exigencia moral. No puedes eludir esa responsabilidad.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Un Sitio en la cumbre del Éxito.


HACIA LAS CUMBRES


SUCEDIO el 29 de mayo de 1953, a las 11:30 de la mañana. A esa hora, Sir Edmund Hillary y el nativo sherpa Tenzing Norkay conquistaron la cumbre del Everest. Cuando sus botas hollaron la cima inmaculada de la montaña más alta del mundo, consumaron una de las hazañas más memorables de la humanidad. Una de las hazañas que honran con el más puro timbre de gloria la grandeza del hombre.

El Everest es la montaña más alta del planeta. Mide 8.842 metros de altura. Se encuentra en la cordillera del Himalaya y está rodeado por trece cumbres más que sobrepasan los ocho mil metros de altitud. La primera noticia del Everest que llegó al Occidente la trajo Alejandro Magno cuando regresó de la invasión de la India. Según la tradición, Alejandro estuvo allí. Pero durante dos mil años después de Alejandro, el misterio y la penumbra de la leyenda cubrieron las blancas crestas del Himalaya. Los lamas y los monjes del Tibet creyeron que las cumbres inaccesibles eran la morada de los dioses, y llamaron a la cima más alta Chomolungma, que quiere decir. “diosa madre del mundo”. Sólo hasta el siglo XIX esta montaña tomó su nombre actual, en memoria de Sir George Everest, topógrafo inglés que midió su altura por primera vez.

Durante siglos, el Everest constituyó un desafío para la imaginación de los hombres. La cumbre inaccesible, cubierta de bruma y misterio, resistía todo intento para escalarla. En 1921, George Leigh Mallory declaró, para ponderar las enormes dificultades que hay que vencer para escalar el Everest: “En primer lugar sería necesario encontrar la montaña”. Finalmente, Mallory encontró el Everest y perdió la vida tratando de escalarlo, en 1924. Diez expediciones fracasaron y se declararon vencidas por las aterradoras dificultades del Everest. Escalofriantes abismos, como el paredón de Kangshumg, que tiene una caída vertical de 3.000 metros. Un frío cortante y cruel. La combinación de un tiempo traicionero, elevadas altitudes y vientos y tormentas imprevisibles ponen a dura prueba la fortaleza y el valor de los alpinistas. Abruptas paredes de roca, gruesas capas de nieve en polvo, furiosas ventiscas y una altitud que los pulmones no pueden resistir, son otros tantos obstáculos que cierran el camino a la cumbre.

Por eso, cuando Hillary y Tenzing se pararon en e1 “Techo del Mundo”, ganaron un desafío que la humanidad tenía pendiente. ¿Por qué los hombres arrastran tantos peligros para escalar una montaña? ¿Por qué muchos han muerto en el camino y otros han pasado sobre sus cadáveres para recoger el guante y aceptar el desafío?
George Leigh Mallory dio la respuesta clásica a la pregunta de por qué los hombres quieren escalar una montaña: “Porque está allí”. Después de su hazaña, Edmund Hillary completó la respuesta. Dijo: “Subimos porque nadie lo había hecho antes. Había que escalarla. . .“ En otras palabras, aquellos valientes consideraban que llegar a la cumbre de la montaña más alta del mundo era una empresa digna de empeñar en ella la vida, si fuera necesario. Con esto querían decir que, siendo que tal desafío existía, siempre habría alguien dispuesto a aceptarlo.
Querían decir que el hombre escala montañas porque necesita hacerlo. Porque tal es su naturaleza. Porque existe un desafío entre el hombre y la montaña. Porque existe un desafío entre el hombre y él mismo. Cuando alguien escala montañas, busca algo más que la satisfacción del triunfo. Más que la emoción del peligro. Más que el escalofrío del riesgo. Busca algo dentro de sí. Descubre cosas nuevas acerca de su propio cuerpo y su propia mente. Y, sobre todo, descubre qué quisieron decir los sabios de la Antigüedad cuando aconsejaron “refrescar el espíritu”.


A CADA UNO UNA CUMBRE


Treinta y un años después de su hazaña, Edmund Hillary declaró: “Pienso que en la vida todos luchamos contra una montaña como el Everest, y que la clave para lograr el éxito es muy semejante en ambos casos”. Así es, amigo lector. Hay una cumbre que cada uno debe alcanzar. Hay una para cada uno. Hay una para ti. Es la cumbre de la vida. Los jóvenes pueden compararse a los alpinistas. El escritor francés Ernesto Renán dice que la juventud es el descubrimiento del horizonte infinito que es la vida. Así debe ser. Tú estás en la perspectiva privilegiada desde la cual puedes contemplar el ideal de tu existencia. Puedes fijarte un elevado ideal, tan alto como el Everest, y lanzarte a escalar la cumbre de tu propia existencia. Sólo tú puedes poner límites a tu ideal; sólo tú puedes convertir tu vida en una hermosa y gran realización.

Un joven cumplía sus 16 años. En el momento culminante de la jubilosa celebración, su padre le dio las llaves de un automóvil nuevo y le dijo: “Hijo, este auto es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras. Puedes estacionario frente a la casa para que los vecinos lo admiren. Puedes encerrarlo en la cochera para guardarlo seguro. Puedes conducirlo por los caminos rocosos y ásperos para probar su aguante. O puedes estudiar el manual para ver cómo obtener de él el mayor servicio y el mayor placer. Es tuyo”. Una fiel ilustración de la vida. Llegar a la juventud es recibir la llave de la vida. Llegar a la juventud es apoderarse del timón de la existencia. Las leyes divinas y humanas dicen que el joven tiene el privilegio y la grave responsabilidad de hacer de su vida lo que quiera. Está en la naturaleza de las cosas que el hombre haga de su vida lo que mejor le parezca. Los poetas lo han dicho, y la vida lo ha demostrado con hechos, que el hombre es arquitecto de su propio destino. ¿Qué harás con la llave de tu vida?

Algunos iluminaron la brevedad de su existencia, y otros perfumaron el sitio que ocuparon en la vida. La historia conserva su recuerdo como legado precioso de la humanidad. Una vida bien vivida es luz y perfume. Otros, en cambio, comieron el pan de balde, contaminaron el aire que respiraron, el género humano se avergonzó de ellos y todos se apresuraron a olvidarlos. ¿Qué harás tú?


EDIFICA LA PIRÁMIDE DE TU FUTURO


¿Para qué vivimos, comemos, trabajamos y amamos? ¿Por qué? Goethe contestó: “Por el deseo de erigir, tan alta como sea posible, la pirámide de mi existencia, cuya base me ha sido dada”. La fiebre constructora de pirámides de nuestros antepasados también tenía ese propósito. No buscaban tanto honrar a sus dioses o a sus muertos, como perpetuar la memoria de su propia existencia. El planeta está salpicado de pirámides que han resistido el ataque del tiempo. Se yerguen, desafiantes y magníficas, para cumplir el propósito por el cual fueron construidas: perpetuar la memoria de sus constructores. Tú recibiste, al nacer, la base de tu pirámide. Es la herencia vital que todos recibimos. Ahora te toca construir sobre esa base tu propia existencia. Construye tu pirámide tan alta como sea posible. Tú, y sólo tú, puedes fijar la altura de tu propia cumbre.

Se ha dicho que los jóvenes se pueden comparar con los alpinistas. Recuerda, sin embargo, que nadie ha dicho que el camino que lleva a la cumbre es fácil. Hillary y Tenzing sólo lograron avanzar treinta centímetros por minuto en el último trecho que los separaba de la cumbre. Pero, a diferencia de los azares de la ascensión al Everest, tú tienes garantías. El derecho de nacer te confiere el derecho de construir la pirámide de tu existencia. Y también te ha impuesto la obligación. Si naciste, puedes; si puedes, estás obligado. Si vives, debes construir tu propio destino. Cuando hayas escalado tu propia cumbre, cuando hayas dado cima a tu propia pirámide, cuando hayas hecho de tu vida una hermosa realización, es posible que saborees el éxito, la fama y el dinero. Es justo que algunos reciban en ese tipo de moneda el valor de su triunfo. Puede, buscarse, y debe alcanzarse cuanto sea posible, ese tipo de recompensa.

Pero recuerda que el objetivo de la vida no es triunfar. No es el éxito, ni asegurarse la fama ni la gloria. Nada de esto puede constituir el objetivo final de la vida. Si así fuera, tendríamos que considerar fracasados a algunos de los personajes más grandes de la historia. Deberíamos condenar al fracaso a la mayor parte de los hombres, porque muy pocos reciben en ese tipo de moneda el valor y la recompensa de su triunfo. No. Ese no es el objetivo. El propósito es tener en todo momento el derecho de proyectar un rayo de luz en nuestro paisaje interior y hallar allí razones para sentirnos orgullosos de nuestra vida. Es cumplir el propósito de nuestra existencia. Es hallar en nosotros mismos el testimonio de no haber vivido en vano. Es hacer de cada día una pequeña eternidad. Es, como decía Miguel de Unamuno, poner eternidad en el momento. Esta será tu pirámide. Tal vez no sea muy alta, pero será perfecta, porque será la obra maestra de tu vida.


SE NECESITAN HÉROES


En los días del Lejano Oeste, en Norteamérica, llevar la correspondencia a través de 3.000 k colmados de peligros era muy similar a una carrera con la muerte. Cuando se necesitaban empleados para el correo, se colocaba el siguiente aviso en las encrucijadas de los caminos: “Se necesitan hombres jóvenes, curtidos y fuertes, que no tengan más de 18 años, consumados jinetes, que estén dispuestos a exponerse diariamente a la muerte, preferiblemente huérfanos”. Nunca faltaban hombres jóvenes, dispuestos a exponerse diariamente a la muerte. Siempre hubo valientes que aceptaron el desafío. El correo llegó siempre a tiempo, y le ganó la carrera a la muerte.

Hoy, en el siglo XX, en la hora más dramática de la historia, la humanidad ha colocado este anuncio en la encrucijada de la civilización: “Se necesitan hombres y mujeres jóvenes”. Se necesitan hombres y mujeres jóvenes, valientes, que edifiquen sus propias pirámides, que suban a la cumbre de la vida y que enseñen el camino a los demás.
Se necesitan jóvenes que iluminen con su vida esta época de tinieblas. Se necesitan jóvenes que perfumen el áspero camino de la vida. Se necesitan jóvenes que quieran ocupar un lugar en la cumbre del éxito, porque siempre hay un sitio en la cumbre que espera a los valientes y decididos que lo ocuparán.