miércoles, 24 de septiembre de 2008

El verdadero significado de la vida


EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA VIDA.

¿ESPERANDO a Godot? Es posible que esta frase te haya intrigado. Es lo que busco. Poner tu mente en una corriente de pensamientos que te lleve a reflexionar en cuestiones serias, de modo que, de repente, te detengas, mires a tu alrededor, observes a los demás, te analices a ti mismo y digas: ¿Qué hago yo aquí?
“Esperando a Godot” es el título de una obra de teatro.’ Pero no una obra cualquiera. Muchos críticos creen que es el drama más importante de la postguerra, e incluso, el drama por excelencia del siglo XX.
Vladimir y Estragón —dos vagabundos— son los personajes principales. Están en el campo, en una carretera solitaria, donde lo único que hay es un árbol enclenque, sin hojas, que recuerda vagamente una cruz o una horca. Están esperando a un misterioso personaje llamado Godot.
Pero la situación de los dos infelices es dolorosamente incierta. El tono del drama indica que la cita con Godot se hizo en un infinito tiempo pasado bajo circunstancias muy inciertas. Además, el lugar y la hora de la cita no están bien determinados. En otras palabras, no están seguros de nada.
Bajo esas circunstancias, la espera se torna insoportable. Vladimir y Estragón están preocupados porque sólo tienen una zanahoria para comer, además de unos nabos. No tienen dónde descansar, dónde dormir, dónde ir. Únicamente la llegada de Godot puede arreglar las cosas. Pero Godot no llega.
El tiempo es la mayor causa de desesperación de los personajes, porque no saben qué hacer con él. “Qué hacemos?” —clama desesperado Estragón. La única respuesta posible es esperar a Godot. Pero Godot no viene. Seis veces se repite este diálogo.
Estragón: “Vámonos!”
Vladimir: “No podemos”. Estragón: “Por qué?”
Vladirnir: “Porque estamos esperando a Godot”.
La espera nunca termina. Godot nunca viene. Mientras esperan les suceden las cosas más absurdas. No hay nada importante que hacer. Sólo esperar. No hay otro objeto. Fuera de la espera, la vida carece de sentido. Lo único que puede dar significado y valor a sus vidas es la llegada de Godot. El tiene la solución al problema de la existencia. Sin él no son más que dos seres absurdos, sumergidos en el tiempo, desamparados ante los sufrimientos de una existencia que no comprenden. Toda su esperanza está puesta en Godot. Pero Godot no viene. Pero lo más triste es lo que quiero sugerirte ahora. Godot no vino ayer. Ellos esperaron en vano. Han esperado bastante tiempo con el mismo resultado. Hoy no vino tampoco, ¿y mañana? Aquí prepárate para recibir un estremecimiento en el corazón. Es posible que no venga mañana tampoco, porque es posible que Godot no exista. ¿Y la espera? Continuará por siempre, sin solución de continuidad. ¿Y los que esperan? Esperarán hasta el fin, luego morirán sin esperanza, derrotados por la vida y por el tiempo. Morirán, porque la muerte y la aniquilación es lo único cierto que existe para ellos, y la única solución para su absurda existencia. Pero una existencia como ésta, no tiene por qué ser tu destino.


UNA BROMA SANGRIENTA


¿Comprendes ahora? Rosette Lamont dice que Esperando a Godot es una “farsa metafísica”; es decir, es como un retrato del mundo y del hombre. Es como una metáfora o una figura del hombre actual. Es como un comentario de la vida y una definición de la humanidad en esta generación. El gran problema de los dos vagabundos del drama es la inseguridad y la incertidumbre. Mientras esperan están atormentados por necesidades urgentes. Comer, beber, descansar, dormir: son sus mayores necesidades. ¿No le pasa lo mismo a la humanidad en este tiempo? Creo que concordarás conmigo en que así es. La humanidad vive bajo la tiranía de la materia. Casa, comida y bebida son sus mayores preocupaciones. Y mientras se afana por suplir esas necesidades materiales, tiene el alma enferma. Enferma de temor, enferma de inseguridad. El hombre moderno está enfermo porque no se conoce a sí mismo. No sabe nada del pasado, nada del presente y nada del porvenir. Es decir, no sabe quién es, no sabe de dónde viene, no sabe para qué existe y no sabe hacia dónde va. Es la enfermedad que Raymond Queneau llama la enfermedad del ser. El pensamiento moderno y los existencialistas describen al hombre actual como un ser con “un santo vacío y un hambre nouménica”, grávido de angustia y ansiedad. Pero esta enfermedad de nuestro tiempo es una dolencia moderna. El hombre moderno se ha infligido a sí mismo esta enfermedad que sus padres no conocieron. A mediados del siglo pasado comenzó esta enfermedad, como resultado del movimiento que puso en marcha la teoría de la evolución.

Ahora reflexiona con cuidado en esto. La comprensión del yo y de nuestro ser es mucho más que tener conciencia de vivir tal como nuestros sentidos nos lo dicen. O sea, no basta decir “veo, oigo, siento, luego existo”. La existencia es mucho más que sólo eso. Como escribió el Dr. Manuel Rodríguez Burgos: “Todo hombre, a menos que sea un simple ente sin ambición y sin conciencia, a menos que sea un cretino, tiene que enfrentarse con seis preguntas fundamentales que le presentan un interrogatorio que debe resolver en alguna forma. Son: 1. ¿De dónde? 2. ¿Cuándo? 3. ¿Dónde? 4. ¿Cómo? 5. ¿Por qué? 6. ¿A dónde?”

Un sencillo análisis reduce el interrogatorio a unas pocas preguntas personales y vitales: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para qué existo? ¿Cuál es mi destino? Estas son las preguntas vitales. El hombre necesita desesperadamente las respuestas, porque son las únicas que pueden dale significado y sentido a su existencia. Pero considera bien esto. La respuesta a la pregunta: “Para qué existo?” depende de la respuesta a esta otra: “De dónde vengo?” La respuesta a la más importante de todas: “¿Quién soy?” depende de la respuesta a todas las otras preguntas. Es decir, sólo puedes conocerte a ti mismo si sabes de dónde vienes y para qué existes.

¿Resultado? El hombre vive como en agonía interminable; porque el hambre de su alma sólo se puede saciar con alimento que se llama certidumbre. Certidumbre en cuanto a su origen y su destino, Y esa certidumbre se encuentra en la respuesta a las preguntas vitales. Pero, al parecer, nadie conoce las respuestas.
Pero el asunto es todavía más grave. Al hombre moderno se le enseñó que todo lo existente, toda la vida que existe en este planeta, viene de la nada. Se le enseño que no hay un objetivo ni un propósito para la existencia, que estamos aquí por accidente. Se le enseñó que una catástrofe cósmica dio origen a lo existente y que otra catástrofe le pondrá fin muy pronto.

¿Es extraño que el hombre moderno esté enfermo desde la misma raíz de su ser? Porque si el hombre no fue creado con un plan definido para su existencia, si es sólo un accidente fisicoquímico de la materia, sino es más que excrecencia de alguna charca pleistocénica... ¿qué es la vida?, ¿qué es la existencia?, ¿qué es el hombre? Tal vez convengas conmigo en que, bajo esas condiciones, la vida no es más que una broma gigantesca. El hombre no es más que un chiste cósmico y la existencia no es más que una comedia absurda... y sangrienta. En este caso, el hombre no es más que un vagabundo cósmico que espera a un Godot que nunca vendrá.

¿Y el dolor? ¿Y las lágrimas? ¿Y la angustia? ¿Y los clamores? ¿Nadie escucha todo esto? Según esta doctrina, nadie lo hace. Cuando el hombre aterrorizado lanza su grito lastimero ante el misterio, pidiendo respuesta, sólo escucha el eco de su propia voz que le confirma sus temores: No hay nada ni nadie. Está solo ante la vida y ante la muerte.

¿Hay razón para esta enfermedad del ser? Rubén Darío expresó así esta angustia: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

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