jueves, 4 de septiembre de 2008

Un Sitio en la cumbre del Éxito.


HACIA LAS CUMBRES


SUCEDIO el 29 de mayo de 1953, a las 11:30 de la mañana. A esa hora, Sir Edmund Hillary y el nativo sherpa Tenzing Norkay conquistaron la cumbre del Everest. Cuando sus botas hollaron la cima inmaculada de la montaña más alta del mundo, consumaron una de las hazañas más memorables de la humanidad. Una de las hazañas que honran con el más puro timbre de gloria la grandeza del hombre.

El Everest es la montaña más alta del planeta. Mide 8.842 metros de altura. Se encuentra en la cordillera del Himalaya y está rodeado por trece cumbres más que sobrepasan los ocho mil metros de altitud. La primera noticia del Everest que llegó al Occidente la trajo Alejandro Magno cuando regresó de la invasión de la India. Según la tradición, Alejandro estuvo allí. Pero durante dos mil años después de Alejandro, el misterio y la penumbra de la leyenda cubrieron las blancas crestas del Himalaya. Los lamas y los monjes del Tibet creyeron que las cumbres inaccesibles eran la morada de los dioses, y llamaron a la cima más alta Chomolungma, que quiere decir. “diosa madre del mundo”. Sólo hasta el siglo XIX esta montaña tomó su nombre actual, en memoria de Sir George Everest, topógrafo inglés que midió su altura por primera vez.

Durante siglos, el Everest constituyó un desafío para la imaginación de los hombres. La cumbre inaccesible, cubierta de bruma y misterio, resistía todo intento para escalarla. En 1921, George Leigh Mallory declaró, para ponderar las enormes dificultades que hay que vencer para escalar el Everest: “En primer lugar sería necesario encontrar la montaña”. Finalmente, Mallory encontró el Everest y perdió la vida tratando de escalarlo, en 1924. Diez expediciones fracasaron y se declararon vencidas por las aterradoras dificultades del Everest. Escalofriantes abismos, como el paredón de Kangshumg, que tiene una caída vertical de 3.000 metros. Un frío cortante y cruel. La combinación de un tiempo traicionero, elevadas altitudes y vientos y tormentas imprevisibles ponen a dura prueba la fortaleza y el valor de los alpinistas. Abruptas paredes de roca, gruesas capas de nieve en polvo, furiosas ventiscas y una altitud que los pulmones no pueden resistir, son otros tantos obstáculos que cierran el camino a la cumbre.

Por eso, cuando Hillary y Tenzing se pararon en e1 “Techo del Mundo”, ganaron un desafío que la humanidad tenía pendiente. ¿Por qué los hombres arrastran tantos peligros para escalar una montaña? ¿Por qué muchos han muerto en el camino y otros han pasado sobre sus cadáveres para recoger el guante y aceptar el desafío?
George Leigh Mallory dio la respuesta clásica a la pregunta de por qué los hombres quieren escalar una montaña: “Porque está allí”. Después de su hazaña, Edmund Hillary completó la respuesta. Dijo: “Subimos porque nadie lo había hecho antes. Había que escalarla. . .“ En otras palabras, aquellos valientes consideraban que llegar a la cumbre de la montaña más alta del mundo era una empresa digna de empeñar en ella la vida, si fuera necesario. Con esto querían decir que, siendo que tal desafío existía, siempre habría alguien dispuesto a aceptarlo.
Querían decir que el hombre escala montañas porque necesita hacerlo. Porque tal es su naturaleza. Porque existe un desafío entre el hombre y la montaña. Porque existe un desafío entre el hombre y él mismo. Cuando alguien escala montañas, busca algo más que la satisfacción del triunfo. Más que la emoción del peligro. Más que el escalofrío del riesgo. Busca algo dentro de sí. Descubre cosas nuevas acerca de su propio cuerpo y su propia mente. Y, sobre todo, descubre qué quisieron decir los sabios de la Antigüedad cuando aconsejaron “refrescar el espíritu”.


A CADA UNO UNA CUMBRE


Treinta y un años después de su hazaña, Edmund Hillary declaró: “Pienso que en la vida todos luchamos contra una montaña como el Everest, y que la clave para lograr el éxito es muy semejante en ambos casos”. Así es, amigo lector. Hay una cumbre que cada uno debe alcanzar. Hay una para cada uno. Hay una para ti. Es la cumbre de la vida. Los jóvenes pueden compararse a los alpinistas. El escritor francés Ernesto Renán dice que la juventud es el descubrimiento del horizonte infinito que es la vida. Así debe ser. Tú estás en la perspectiva privilegiada desde la cual puedes contemplar el ideal de tu existencia. Puedes fijarte un elevado ideal, tan alto como el Everest, y lanzarte a escalar la cumbre de tu propia existencia. Sólo tú puedes poner límites a tu ideal; sólo tú puedes convertir tu vida en una hermosa y gran realización.

Un joven cumplía sus 16 años. En el momento culminante de la jubilosa celebración, su padre le dio las llaves de un automóvil nuevo y le dijo: “Hijo, este auto es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras. Puedes estacionario frente a la casa para que los vecinos lo admiren. Puedes encerrarlo en la cochera para guardarlo seguro. Puedes conducirlo por los caminos rocosos y ásperos para probar su aguante. O puedes estudiar el manual para ver cómo obtener de él el mayor servicio y el mayor placer. Es tuyo”. Una fiel ilustración de la vida. Llegar a la juventud es recibir la llave de la vida. Llegar a la juventud es apoderarse del timón de la existencia. Las leyes divinas y humanas dicen que el joven tiene el privilegio y la grave responsabilidad de hacer de su vida lo que quiera. Está en la naturaleza de las cosas que el hombre haga de su vida lo que mejor le parezca. Los poetas lo han dicho, y la vida lo ha demostrado con hechos, que el hombre es arquitecto de su propio destino. ¿Qué harás con la llave de tu vida?

Algunos iluminaron la brevedad de su existencia, y otros perfumaron el sitio que ocuparon en la vida. La historia conserva su recuerdo como legado precioso de la humanidad. Una vida bien vivida es luz y perfume. Otros, en cambio, comieron el pan de balde, contaminaron el aire que respiraron, el género humano se avergonzó de ellos y todos se apresuraron a olvidarlos. ¿Qué harás tú?


EDIFICA LA PIRÁMIDE DE TU FUTURO


¿Para qué vivimos, comemos, trabajamos y amamos? ¿Por qué? Goethe contestó: “Por el deseo de erigir, tan alta como sea posible, la pirámide de mi existencia, cuya base me ha sido dada”. La fiebre constructora de pirámides de nuestros antepasados también tenía ese propósito. No buscaban tanto honrar a sus dioses o a sus muertos, como perpetuar la memoria de su propia existencia. El planeta está salpicado de pirámides que han resistido el ataque del tiempo. Se yerguen, desafiantes y magníficas, para cumplir el propósito por el cual fueron construidas: perpetuar la memoria de sus constructores. Tú recibiste, al nacer, la base de tu pirámide. Es la herencia vital que todos recibimos. Ahora te toca construir sobre esa base tu propia existencia. Construye tu pirámide tan alta como sea posible. Tú, y sólo tú, puedes fijar la altura de tu propia cumbre.

Se ha dicho que los jóvenes se pueden comparar con los alpinistas. Recuerda, sin embargo, que nadie ha dicho que el camino que lleva a la cumbre es fácil. Hillary y Tenzing sólo lograron avanzar treinta centímetros por minuto en el último trecho que los separaba de la cumbre. Pero, a diferencia de los azares de la ascensión al Everest, tú tienes garantías. El derecho de nacer te confiere el derecho de construir la pirámide de tu existencia. Y también te ha impuesto la obligación. Si naciste, puedes; si puedes, estás obligado. Si vives, debes construir tu propio destino. Cuando hayas escalado tu propia cumbre, cuando hayas dado cima a tu propia pirámide, cuando hayas hecho de tu vida una hermosa realización, es posible que saborees el éxito, la fama y el dinero. Es justo que algunos reciban en ese tipo de moneda el valor de su triunfo. Puede, buscarse, y debe alcanzarse cuanto sea posible, ese tipo de recompensa.

Pero recuerda que el objetivo de la vida no es triunfar. No es el éxito, ni asegurarse la fama ni la gloria. Nada de esto puede constituir el objetivo final de la vida. Si así fuera, tendríamos que considerar fracasados a algunos de los personajes más grandes de la historia. Deberíamos condenar al fracaso a la mayor parte de los hombres, porque muy pocos reciben en ese tipo de moneda el valor y la recompensa de su triunfo. No. Ese no es el objetivo. El propósito es tener en todo momento el derecho de proyectar un rayo de luz en nuestro paisaje interior y hallar allí razones para sentirnos orgullosos de nuestra vida. Es cumplir el propósito de nuestra existencia. Es hallar en nosotros mismos el testimonio de no haber vivido en vano. Es hacer de cada día una pequeña eternidad. Es, como decía Miguel de Unamuno, poner eternidad en el momento. Esta será tu pirámide. Tal vez no sea muy alta, pero será perfecta, porque será la obra maestra de tu vida.


SE NECESITAN HÉROES


En los días del Lejano Oeste, en Norteamérica, llevar la correspondencia a través de 3.000 k colmados de peligros era muy similar a una carrera con la muerte. Cuando se necesitaban empleados para el correo, se colocaba el siguiente aviso en las encrucijadas de los caminos: “Se necesitan hombres jóvenes, curtidos y fuertes, que no tengan más de 18 años, consumados jinetes, que estén dispuestos a exponerse diariamente a la muerte, preferiblemente huérfanos”. Nunca faltaban hombres jóvenes, dispuestos a exponerse diariamente a la muerte. Siempre hubo valientes que aceptaron el desafío. El correo llegó siempre a tiempo, y le ganó la carrera a la muerte.

Hoy, en el siglo XX, en la hora más dramática de la historia, la humanidad ha colocado este anuncio en la encrucijada de la civilización: “Se necesitan hombres y mujeres jóvenes”. Se necesitan hombres y mujeres jóvenes, valientes, que edifiquen sus propias pirámides, que suban a la cumbre de la vida y que enseñen el camino a los demás.
Se necesitan jóvenes que iluminen con su vida esta época de tinieblas. Se necesitan jóvenes que perfumen el áspero camino de la vida. Se necesitan jóvenes que quieran ocupar un lugar en la cumbre del éxito, porque siempre hay un sitio en la cumbre que espera a los valientes y decididos que lo ocuparán.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me parece un texto motivacional, muy bien elaborado, un gran escritor