jueves, 11 de septiembre de 2008

Las últimas palabras en las Torres Gemelas


Se reproduce aquí una notable investigación realizada por cinco periodistas del The New York Times desde los momentos previos al atentado terrorista del 11 de setiembre hasta el colapso de las torres. Ellos reconstruyeron los últimos minutos de sobrevivientes y víctimas en base a cientos de testimonios. Esta es la historia.

Empezaron como llamados para pedir ayuda, información, consejo. Rápidamente se convirtieron en sonidos de desesperación, furia, amor. Ahora son el recuerdo de las voces de hombres y mujeres que murieron atrapados en los pisos superiores de las torres gemelas.A partir de sus últimas palabras surgió una crónica aterradora de los 102 minutos finales del World Trade Center, construida en base a decenas de conversaciones telefónicas, e-mails y mensajes de voz. Recogidos por periodistas del New York Times, estos relatos, junto con el testimonio de un puñado de personas que lograron escapar, le dan un carácter humano a una parte, tan sólo, de esta catástrofe: la destrucción arrolladora en los 19 pisos superiores de la torre norte y en los 33 pisos superiores de la torre sur, los lugares donde más vidas se perdieron el 11 de septiembre.De las 2.823 muertes que provocó el atentado de Nueva York, por lo menos el 69%, es decir 1.946, ocurrieron en esos pisos superiores. Así lo determinó un análisis del New York Times . Sus últimas palabras narran un mundo que se estaba deshaciendo. Una sola llamada no puede describir los hechos que se desencadenaban a una velocidad atroz, en muchos lugares a la vez. En conjunto, sin embargo, las palabras desde los pisos superiores no sólo ofrecen una visión estremecedora de las zonas devastadas, sino la única ventana a actos de coraje, decencia y bondad en un momento brutal.
8:00
Faltaban 2 horas y 28 minutos para que se derrumbara la torre norte. Rostros familiares ocupaban muchas de las mesas en el restaurante Windows on the World, en el piso 107 de la torre. Uno de ellos era el de Neil Levin, director ejecutivo de Port Authority, un organismo gubernamental a cargo de los accesos a la isla de Manhattan. Según contó su esposa, Christy Ferer, ese día Levin había invitado a un banquero amigo a desayunar y allí lo estaba esperando, sentado a una mesa con vista a la Estatua de la Libertad. En el hall de entrada del edificio, 107 pisos más abajo, un asistente de Levin esperaba al invitado. Pero, cuando llegó, tuvieron la suerte de equivocarse de ascensor, según contó la señora Ferer, y tuvieron que regresar a la planta baja para tomar otro.Mientras tanto, arriba, Levin leía el diario. Es lo que contaron algunos sobrevivientes que lo vieron por última vez a las 8:44, antes de tomar el ascensor. Fueron las últimas personas que lograron salir del restaurante.
8:46
El impacto del Boeing 767 de American Airlines se produjo a las 8:46:26. A 756 kilómetros por hora, el avión tardó 1,2 segundo en recorrer las últimas dos cuadras hasta la torre norte, antes de aterrizar entre los pisos 94 y 98. Sin embargo, tres pisos más abajo, en la oficina de Steve McIntyre, no se movió ni un papel. Hasta que llegó la onda expansiva, que sacudió al edificio como un barco gigantesco en medio de una tormenta. "Tenemos que salir de acá", gritó Greg Shark, desde la puerta de la oficina de McIntyre. De alguna manera estaban vivos. Más tarde tomarían conciencia del margen mínimo que les había permitido escapar. McIntyre recuerda haber se asomado a una escalera oscura y en ruinas, llena de humo. Lo único que escuchaba era el agua que caía por los escalones. Miró hacia arriba. La escalera estaba bloqueada. No lo sabía en ese momento, pero arriba había 1.344 personas, diseminadas en 19 pisos, que estaban vivas, ilesas y pedían ayuda. Ninguna sobreviviría. Abajo, en otros 90 pisos, miles de personas también estaban vivas, ilesas y pedían ayuda, pero la mayoría de ellas, en cambio, lograrían salvarse.
9:00
"¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?", le preguntaba insistentemente Doris Eng, la gerente de Windows on the World, a quien la atendió en el Centro de Incendios, ubicado en la planta baja del edificio. Minutos después del impacto del avión, el restaurante estaba lleno de humo y le resultaba difícil dirigir a las 170 personas que estaban a su cargo. "Mirá CNN", le dijo Stephen Tompsett a su esposa en un e-mail, desde el piso 106. "Necesito que me tengas al tanto". Glenn Vogt, el gerente general del restaurante, dijo que su asistente, Christine Olender, lo llamó a su casa 20 minutos después del impacto del avión y dijo: "Se está cayendo el techo. El piso se está arqueando". "No puedo ir a ninguna parte porque nos dijeron que no nos moviéramos", dijo Ivhan Carpio, un empleado de Windows, en un mensaje que dejó en el contestador de su primo. "Tengo que esperar a los bomberos".Los bomberos, sin embargo, no podía dar una respuesta rápida. Nadie en Nueva York había visto un incendio de estas características. Como los ascensores estaban en ruinas, los bomberos acarreaban aparejos pesados escaleras arriba, enfrentándose a una marea de evacuados. Una hora después del impacto del avión, todavía estaban 50 pisos abajo del restaurante.Escaleras abajo, los jefes de bomberos respondían a los llamados de los pisos superiores. "No hay mucho que puedan hacer más que mojar una toalla y taparse la cara", dijo Alan Reiss, ex director de Port Authority. Pero el avión había deteriorado la tubería de agua que iba a los pisos superiores. Jan Maciejewski, un mozo de Windows, le contó a su esposa por celular que no había agua suficiente para mojar un trapo y le dijo que iba a usar el agua de los floreros.En todo el piso prácticamente no había agua. También escaseaba el aire, pero los celulares y las computadoras de mano inalámbricas seguían funcionando. Gracias a estos dispositivos, unas 41 personas en el restaurante se comunicaron con alguien fuera del edificio. Garth Feeney llamó a su madre, Judy, en Florida. "Mamá", le dijo. "No llamo para conversar. Estoy en el World Trade Center y se acaba de estrellar un avión".
9:01
Faltaban una hora y 27 minutos para el colapso de la torre norte. Dos pisos más abajo del restaurante Windows, Andrew Rosenblum, un broker de la firma Cantor Fitzgerald, pensó que era una buena idea tranquilizar a los familiares. Del otro lado del teléfono, su mujer, Jill, desde su casa, escuchó cómo Andrew le decía a los que estaban con él: "Denme los números de teléfono de sus casas". "Por favor, llamá a sus maridos y esposas, deciles que estamos en la sala de conferencias y que estamos bien", le dijo Andrew a su mujer. Ella recuerda haber garabateado los nombres y números en un papel amarillo en la cocina de su casa, mientras en un televisor de 13 pulgadas miraba cómo ardían las torres.Mike Pelletier, otro empleado de Cantor, en el piso 105, se comunicó con su esposa, Sophie, y también se puso en contacto con un amigo que le dijo que el accidente de avión había sido un ataque terrorista. Pelletier le transmitió la información a los gritos a los que estaban a su alrededor. Mientras tanto, Jill Rosenblum, desde su casa, llamaba a los números en el papel amarillo. "Buenos días. Usted no me conoce, pero alguien en el World Trade Center me dio su número", dijo. "Hay unas 50 personas en una sala de conferencias y dicen que, por ahora, están bien".
9:02
Faltaban 57 minutos para el derrumbe de la torre sur. Los que estaban en esta torre, por el momento, no eran más que espectadores circunspectos. "Hola, Beverly, soy Sean, por si escuchas este mensaje", dijo Sean Rooney en un mensaje de voz que le dejó grabado a su esposa en el contestador. "Hubo una explosión en World Trade One, el edificio de enfrente. Parece que se estrelló un avión. Se está incendiando más o menos en el piso 90. Es... es... es terrible. Adiós".Aún en la torre de Rooney se podía sentir el calor del fuego que arrasaba el otro edificio. Y, desde allí, se podían ver cuerpos que caían de los pisos superiores. La gente empezó a irse, a pesar de que los encargados del edificio les aconsejaban quedarse porque, aducían, era más seguro permanecer dentro de un edificio que no estaba averiado que caminar por la calle llena de escombros.Esa directiva cambiaría en el preciso momento en que Rooney le dejaba un segundo mensaje a su esposa, a las 9:02. "Cariño, soy yo otra vez", dijo. "Parece que nos vamos a quedar en esta torre por un rato". Hizo una pausa. "Dicen que acá estamos a salvo", continuó Rooney. "Te llamo más tarde".Mientras Rooney hablaba, el vuelo 175 de United Airlines sobrevolaba el puerto de Nueva York.En el piso 81 de la torre sur, Stanley Praimnath, desde su escritorio en el Fuji Bank, lo divisó. Según la historia que contó más tarde, detectó un punto gris en el horizonte. Un avión, que pasaba al lado de la Estatua de la Libertad. El avión de United Airlines se hacía cada vez más grande, hasta que Praimnath pudo ver una franja roja en el fuselaje. Luego el avión se ladeó y empezó a dirigirse hacia donde él estaba. A las 9:02:54, la trompa del avión se estrelló directamente en el piso de Praimnath, a unos 49 metros de su escritorio. Se encendió una bola de fuego. Una ola expansiva arrojó las computadoras y los escritorios por los ventanales y arrancó de un tirón los manojos de cables eléctricos. Luego, la torre sur pareció encorvarse y se balanceó lentamente hacia el río Hudson, poniendo a prueba el esqueleto de acero antes de recuperar su posición habitual.Stanley Praimnath se hizo un ovillo debajo del escritorio. Desde allí podía ver un pedazo de aluminio brillante perteneciente al avión, incrustado en lo que quedaba de la puerta de su oficina. El avión había arrasado seis pisos, del 78 al 84. Tres pisos más arriba de la oficina de Praimnath, las oficinas de Euro Brokers habían sido aniquiladas. Pero aun allí, en el agujero que había dejado el avión tras el impacto, había otros sobrevivientes. De inmediato, todos ellos se dirigieron a la escalera más cercana, al mando de Brian Clark, un empleado de mantenimiento del piso 84, que tenía una linterna y un silbato.En la escalera, el humo se mezclaba con el polvo que flotaba en el aire. Cuando se acercaban al piso 81, recuerda Clark, se encontraron con una mujer que les dijo, a los gritos: "No se puede bajar. Tienen que subir. Abajo hay mucho humo y muchas llamas".Ese comentario cambió todo. Cientos de personas llegaron a la misma conclusión, pero el humo y los escombros en el hueco de la escalera resultaron un obstáculo menor que el miedo. Esta escalera fue la única vía de escape del edificio, desde el piso más alto hasta la planta baja de la torre sur. Cualquiera que hubiera encontrado esta escalera con el tiempo suficiente podría haber logrado salvarse.A los sobrevivientes que se quedaron en el piso 81 les llevó un tiempo entender que ésta era su única posibilidad de salvación. Discutían las alternativas: "¿Arriba o abajo?". Unos gritos provenientes del mismo piso pusieron fin al debate."¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!", gritaba Praimnath. "Estoy atrapado. ¡No me dejen aquí!" Sin más discusión, el grupo reunido en las escaleras marchó en diferentes direcciones. Clark recuerda que algunos se dirigieron hacia arriba. Otros caminaron hacia el lugar de donde provenían los pedidos de socorro. Praimnath vio la luz de la linterna y se arrastró en esa dirección, sobre las pilas de escritorios y pedazos de cielo raso. Minutos antes, ése había sido el departamento de préstamos del Fuji Bank. Finalmente, llegó hasta una pared y pudo ver a Clark del otro lado. "Tiene que saltar", le dijo Clark a Praimnath, a quien ya le sangraba la mano y la pierna izquierda. "No hay otra alternativa".Clark lo ayudó a pasar del otro lado. Ambos hombres se dirigieron a la escalera y enfilaron para abajo. Por las grietas se filtraban las llamas y el piso estaba resbaladizo por el agua que caía de varias tuberías perforadas. El humo no era tanto. Las escaleras estaban despejadas y así lo estarían hasta 30 minutos después de que el avión se estrellara contra la torre sur.Mientras tanto, Ronald DiFrancesco, uno de los sobrevivientes del piso 84, subió unos 10 pisos en busca de aire. Allí se encontró con varias personas que estaban subiendo. No podían salir de la escalera. Las puertas no abrían. Exhaustos, en medio de un humo denso, muchos se tiraban al piso. DiFrancesco hizo lo mismo. "Todos empezaban a quedarse dormidos", dijo más tarde. "Entonces yo me incorporé y pensé: Tengo que volver a ver a mi mujer y a mis hijos". Y bajó las escaleras corriendo.
9:05
Faltaban 54 minutos para el derrumbe de la torre sur. Mary Jos no puede decir con seguridad cuánto tiempo estuvo allí tirada, inconsciente, en el piso 78, frente a la puerta del ascensor. Entre el humo negro y denso y las nubes de yeso pulverizado, lentamente empezó a percibir el terror. El piso 78, que minutos antes había estado lleno de empleados inseguros sobre si abandonar el edificio o retomar sus tareas, ahora estaba lleno de cuerpos inmóviles.El cielo raso, las paredes, las ventanas, el centro de información, todo había quedado destruido cuando el ala izquierda del segundo avión se introdujo en el piso 78.En un instante, dicen los testigos, se encontraron frente a una luz brillante, una ráfaga de aire caliente y una ola expansiva que arrasó con todo. En medio de ese silencio mortal, quemada y sangrando, Mary Jos pensó en una sola cosa: su marido. "No voy a morir", recuerda que dijo en ese momento.En los 16 minutos que transcurrieron entre un ataque y el otro, quienes estaban en la torre sur apenas tuvieron tiempo de absorber el horror que podían ver en el edificio de enfrente y decidir qué hacer. Antes del impacto del segundo avión, dijeron los sobrevivientes, la gente en el piso 78 tenía sentimientos ambiguos: por un lado, alivio ante los anuncios de que su edificio era más seguro que caminar por la calle y, por otro, miedo de que no fuera así. En esos momentos críticos, la gente se arremolinaba tratando de tomar una decisión. ¿Sentarse frente a los escritorios para la apertura de los mercados o ir a buscar una taza de café abajo? En la firma Keefe, Bruyette & Woods, los que se fueron sobrevivieron y los que se quedaron murieron.Una de las víctimas, Stephen Mulderry, habló con su hermano Peter y describió la explosión en la torre norte que podía ver desde su ventana. Pero le habían dicho que su torre estaba "a salvo" y, además, estaba sonando su teléfono. "Mi hermano dijo: Te tengo que dejar. Suenan los teléfonos y el mercado está a punto de abrir", recuerda Peter Mulderry.Momentos antes del segundo impacto, todos los que estaban en el piso 78 no sabían si subir o bajar. En el momento del impacto, el hall que estaba lleno de gente quedó en silencio, a oscuras, casi inmóvil. Por todas partes había gente muy malherida, muerta o a punto de morir. Lentamente, los que podían moverse, empezaron a hacerlo. De pronto, de la nada, apareció un hombre misterioso, con la boca y la nariz tapadas con un pañuelo rojo. Buscaba un matafuegos. Según recuerda Judy Wein, señaló las escaleras y dijo algo que salvaría muchas vidas: "Todos los que puedan caminar, levántense y caminen ahora. Todos los que puedan ayudar a otros, encuentren a alguien que necesite ayuda y bajen rápido".En grupos de dos o tres, los sobrevivientes empezaron a abrirse paso dificultosamente hacia las escaleras. Algunos nunca pudieron levantarse. Hasta donde se sabe, de las decenas de personas que estaban en el piso 78, sólo 12 lograron salir de allí con vida.
9:35
Faltaban 53 minutos para que la torre norte se derrumbara. En los pisos 104 y 106, era tanta la necesidad de aire que la gente se amontonaba, uno encima del otro, en las ventanas, semicolgados a casi 400 metros de altura. Nunca se salvarían.Detrás de las ventanas que no se habían roto, la gente se apiñaba. "Unos cinco pisos más abajo de la terraza hay cerca de 50 personas con la cara presionada contra la ventana intentando respirar", dijo un oficial de policía desde un helicóptero.Hoy se sabe que aproximadamente 900 personas encontraría la muerte entre los pisos 101 y 107.Desde el piso 106, Stuart Lee, vicepresidente de Data Synapse, envió un e-mail a su oficina en Greenwich Village. "Ahora se está discutiendo si romper una ventana o no. Por ahora el consenso es que no debemos hacerlo", dijo.A esa altura, según muestran los videotapes, las llamas ya habían arrasado los pisos donde había impactado el avión. Ráfagas de fuego arrojaban al vacío a la gente que estaba asomada por las ventanas rotas. En la sala de conferencias del piso 104, Andrew Rosenblum y otras 50 personas hacían esfuerzos para tapar las bocas de ventilación con sus abrigos."Arrojamos las computadoras contra las ventanas para romperlas y tener un poco de aire", le dijo Rosenblum por celular a su compañero de golf, Barry Kornblum.Pero no había lugar donde esconderse. Cuando vio cómo caían varias personas de los pisos superiores, Rosenblum perdió la calma, recuerda su esposa, Jill. Mientras estaba hablando con ella, dijo: "Dios mío".
9:38
Faltaban 21 minutos para que se desplomara la torre sur. "Los rociadores de emergencia no funcionan", le dijo Alayne Gentul a su esposo, Jack, que la escuchaba desde su oficina en el Instituto de Tecnología de Newark, en Nueva Jersey. Nadie sabía que el avión había roto las tuberías de agua."No sabemos si quedarnos o irnos", le dijo Alayne a su marido. "No quiero bajar y encontrarme con un incendio".Entre las víctimas, según las llamadas telefónicas, los mensajes y las declaraciones de los testigos, había mucha gente que murió por detenerse a tenderle una mano a colegas o a extraños. Otros actuaron con profunda ternura donde ya no quedaba nada más. Alayne Gentul fue una de las personas que tomó la decisión de asistir a los demás. Ayudó a un grupo a salir antes que se estrellara el segundo avión. Una recepcionista, Mona Dunn, la vio en el piso 90, donde los empleados estaban debatiendo si quedarse o irse. La señora Gentul puso fin a la discusión en un instante. "Bajen y háganlo en orden", dijo, señalando la escalera. "Parecía una maestra hablándole a sus alumnos", recuerda Dunn.Mientras tanto, muy cerca de allí, transcurría otra llamada telefónica. Edmund McNally llamó a su esposa, Liz, cuando el piso empezaba a arquearse. McNally le recitaba a su esposa las pólizas de seguro y los programas de beneficios para los empleados de Fiduciary, la firma para la que trabajaba. "Dijo que yo era el mundo para él y que me amaba", recuerda la señora McNally, e intercambiaron lo que serían sus últimos adioses. Pero antes de cortar, su marido le dijo que había hecho una reserva de un viaje a Roma para los dos, para festejar el cumpleaños número 40 de ella. "Liz", le dijo, "vas a tener que cancelar la reserva".Mientras tanto, en el piso 93, Gregory Milanowycz, de 25 años, instaba a los demás a que se fueran.El, en cambio, decidió volver, después de oír el anuncio de que el edificio estaba a salvo. "¿Por qué los escuché? No tendría que haberlo hecho", le dijo, lamentándose, a su padre, Joseph, cuando lo llamó. Ahora estaba atrapado. Le pidió a su padre que le preguntara a los bomberos qué tenían que hacer. El le respondió que tenían que quedarse cerca del piso y que los bomberos estaban subiendo. Entonces, cuenta su padre, lo oyó gritar a los demás: "Están viniendo. Mi papá está hablando por teléfono con ellos. Están viniendo. Todos tienen que tirarse al piso".En el piso 87, un grupo de personas se había refugiado en una sala de conferencias. Durante los minutos finales, Eric Thorpe logró llamar a su mujer, Linda Perry Thorpe. Pero ella no lograba escucharlo. Lo único que podía oír era el ruido ambiente. "Alguien preguntó: ¿Dónde está el matafuegos?", recuerda Linda. "Otro respondió: Lo tiraron por la ventana. Después oí una voz que decía: ¿Alguien está inconsciente? Escuché a un hombre que enloqueció y estalló en un ataque de llanto y a otro que lo consolaba y le decía: Todo está bien, todo está bien".
9:45
Faltaban 14 minutos para que se derrumbara la torre sur. El techo parecía una opción obvia —y la única— para la gente que estaba en los pisos superiores. Un helicóptero había evacuado a algunas personas de la terraza de la torre norte en febrero de 1993, después de que estalló una bomba terrorista en el subsuelo del edificio. Por varias razones, sin embargo, el departamento de bomberos y las autoridades policiales descartaron los helicópteros como parte de su plan de evacuación. Según relatos de sus familiares y llamadas al número de emergencias 911, para muchos de los que estaban atrapados en las torres esta decisión fue un shock.Sólo algunos pensaron que la escalera "A" podía llevarlos abajo a salvo. Frank Doyle llamó a su esposa, Kimmy Chedell, para recordarle que los amaba, a ella y a sus hijos. Kimmy recuerda que su marido también le dijo: "Subí a la terraza y las puertas están cerradas. Tenés que llamar al 911 y decirles que estamos atrapados".El piso 105 fue la última parada para muchos de los que habían subido hasta la terraza. Sean Rooney llamó a Beverly Eckert. Se habían conocido en un baile de la secundaria en Buffalo, cuando ambos tenían 16 años. Acababan de cumplir 50. El había intentado bajar pero el camino estaba bloqueado. Entonces había subido 30 pisos hasta la terraza. Ahora esperaba poder salir."No podía imaginarse por qué la terraza estaba cerrada. Estaba preocupado por las llamas", dijo Beverly. "Le costaba respirar". Los techos se estaban viniendo abajo. Los pisos empezaban a ceder. Las llamadas se cortaban. El estaba solo en una habitación llena de humo. Se despidieron. "Me estaba diciendo que me amaba", recuerda Beverly. "Después se escuchó la explosión".Faltaban 28 minutos para que cayera la torre norte. "Mamá", preguntó Jeffrey Nussbaum. "¿Qué fue esa explosión?" A unos 30 kilómetros de distancia, Arline Nussbaum podía ver por televisión lo que su hijo no podía ver a 45 metros. Ella recuerda el último diálogo entre ambos. "La otra torre se acaba de derrumbar", dijo la señora Nussbaum a su hijo. "Dios mío", le respondió Jeffrey. "Te quiero", dijo él. Después el teléfono se quedó mudo.
10:00
La torre norte, en la que el avión se estrelló 16 minutos antes que en la torre sur, todavía estaba en pie. La gente que había quedado atrapada se moría tan lenta e irremediablemente. Las llamadas mermaban. Cada vez caía más gente por las ventanas.A las 10:18, Tom McGinnis llamó a su esposa, Iliana. Su conversación le quedó grabada a ella en la memoria. "Todo está muy mal", dijo Tom. "Ya lo sé", le respondió Iliana, que todo el tiempo había albergado la esperanza de que su marido no hubiera llegado al edificio antes de que se estrellara el avión. "Esto es muy malo para el país. Parece la Tercera Guerra Mundial".Algo en el tono de voz de su marido alarmó a la señora McGinnis. "Estamos en el piso 92 en una habitación y no podemos salir. Te amo. Cuida a Caitlin", dijo desalentado Tom. "No pierdas la calma", le contestó la esposa. "Ustedes son fuertes y van a poder salir de ahí". "No entendés", le dijo entonces Tom. "Hay gente que está saltando al vacío desde los pisos de arriba".Eran las 10:25. El fuego arrasaba el lado oeste del piso 92. La gente saltaba por las ventanas. "No cuelgues", le rogó ella. "Tengo que tirarme al piso", le dijo Tom. Y, con esa frase, se cortó la comunicación telefónica.Eran las 10:26, dos minutos antes de que se desmoronara la torre. El World Trade Center había quedado en silencio.

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