viernes, 5 de septiembre de 2008

Hombres que triunfan.


HOMBRES QUE TRIUNFAN

EL FABULOSO imperio de los incas, abarcaba prácticamente toda la costa occidental de Sudamérica antes de la conquista española. La organización, riqueza, esplendor y disciplina del “Imperio del Sol” asombraron a los conquistadores. Los informes, los estudios y las crónicas que escribieron todavía expresan el asombro que experimentaron al descubrir aquella maravillosa civilización. Densamente poblado y resguardando tras fortalezas, como el Cuzco, los emblemas de su poder, el imperio se erguía desafiante y magnífico.

¿Cómo es posible, entonces, que Francisco Pizarro conquistara el enorme imperio en tan poco tiempo? Sólo contaba con 106 hombres y 62 caballos. Tal hazaña parece increíble; aún más, si se recuerda que, con frecuencia, los conquistadores luchaban contra los indios en una proporción de uno a cien. Naturalmente, tú conoces algunas circunstancias que parecen explicar el hecho. La ingenuidad de los naturales; la superioridad de las armas defensivas y ofensivas de los invasores; el concurso de caballos y perros en la batalla, que deben haber parecido a los indios como demonios; el conjunto espantable que formaban el caballo y su jinete, como si fuera una pirámide viviente, que lanzaba pavorosos estampidos y que podía matar a la distancia. Sí, esas razones parecen suficientes. Convengamos en que caballos, perros y armas de fuego desempeñaron una parte muy importante en aquella epopeya. Pero creo que coincidirás conmigo en que la consumación de aquella titánica empresa dependió, en mayor medida, de la grandeza de ánimo de los hombres que la emprendieron.

Una muestra del espíritu de aquellos hombres se vio en los primeros días de la conquista. Pizarro y sus hombres salieron de Panamá con ánimo de descubrir y conquistar la tierra cuyo nombre y riquezas fabulosas eran una leyenda entre los naturales. La primera expedición no logró sus propósitos porque la extensión del país requería más recursos para conquistarlo. Los aventureros decidieron que Diego de Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos, mientras Pizarro esperaba, con la mayor parte de sus expedicionarios, en una isla desierta, hasta que llegaran los refuerzos.

Es fácil imaginar los peligros y trabajos que las campañas de descubrimiento y conquista imponían a aquellos hombres. Los cronistas registran las penalidades que padecieron. Los hombres que iban a quedarse con Pizarro ya habían padecido, durante muchos meses, hambres, peligros, tormentas y otras mil penalidades. Y ahora, quedarse abandonados en aquella isla los llenaba de temor. Anticipaban fácilmente los peligros y sufrimientos que les esperaban. Antes que el barco los abandonara, algunos lograron enviar una carta al gobernador de Panamá, narrándole sus sufrimientos y la opresión que padecían de sus capitanes Almagro y Pizarro, y suplicándole que viniera a librarlos de sus aflicciones.

Apenas- recibió la carta el nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos, ordenó que zarparan inmediatamente dos barcos, para rescatar a quienes padecían tamaña opresión.
Cuando llegaron los barcos y se pregonaron las disposiciones del gobernador, Pizarro advirtió que la mayoría de sus hombres lo abandonaría. Entonces, con ese aliento de grandeza que distingue a los grandes hombres en momentos decisivos, trazó con la espada una raya en la arena de la playa. La raya, que corría de oriente a poniente, separaba el norte del sur, a manera de una frontera entre la grandeza y la cobardía. Al lado norte de la raya quedaba el mundo conocido y la seguridad. Al lado sur quedaba el misterioso mundo que buscaban y . . . la riqueza y la fama. Pizarro, pasando al lado sur, dijo, con arrebatadora elocuencia: “Camaradas y amigos, esta parte es la de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra, la del gusto y el descanso. Por una se va a Panamá, a ser pobres, por la otra al Perú a ser ricos. Escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviese”.

Trece hombres cruzaron la raya para unirse con él. Trece hombres a quienes la historia conoce con el hermoso nombre de “Los Trece de la Fama”. Valor, atrevimiento y fortaleza, es el espíritu que esperamos ver en los hombres de verdad. Justo es que la historia conserve el recuerdo de los grandes hechos de aquellos grandes hombres. Pero, preguntamos, ¿eran grandes hombres aquellos aventureros? ¿Eran verdaderos hombres? ¿Tenían fibra necesaria? ¿Qué es un hombre de verdad? ¿En qué consiste la verdadera hombría? ¿Cuándo un hombre es verdaderamente hombre?

La respuesta a estas preguntas implica una forma de ver la vida y una forma de ser. Nadie puede cumplir su misión en la vida si no ha contestado estas preguntas. Como ves, la respuesta a la pregunta, “qué es un hombre?” es de suma importancia. Ernest Cassirer dice que conocerse a sí mismo es la obligación fundamental del hombre, y que “los grandes pensadores religiosos han sido los primeros que han inculcado esta exigencia moral”. ¿Eres hombre de verdad? Dar respuesta a esta pregunta es tu obligación fundamental. Es más, es una exigencia moral. No puedes eludir esa responsabilidad.

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