martes, 2 de septiembre de 2008

La hora ideal


LA HISTORIA de Hellen Keller



La Historia de Hellen Keller no se agota a fuerza de repetirla, del mismo modo que el viento no puede desgastar una montaña. A los 19 meses de edad quedó ciega, sorda y muda. A los seis años estaba sumergida en la oscuridad y el silencio. Pero no era apática, como otros niños que padecen esta triple desgracia. Su fuerte temperamento y su férrea voluntad eran como una caldera hirviente y sin válvulas, que no tenía por dónde derramar su contenido. Por eso, aunque era de naturaleza dulce, cuando no lograba hacerse entender estallaba en violentos accesos de cólera, gritos y pataletas que asustaban a su madre y que podían durar muchas horas. Era un titán encadenado; un Prometeo encadenado en busca de luz.

Desde los primeros años de su niñez se rebeló contra el triple obstáculo que le negaba la luz de la vida. Años más tarde describió lo que experimentaba: “Sentía como si me sujetaran manos invisibles, y hacía frenéticos esfuerzos para librarme”. Ana Sullivan, su maestra, declaró: “Su inquieto espíritu anda a tientas en la oscuridad”.

La historia de cómo logró libertarse de las cadenas del silencio y las tinieblas se ha convertido en leyenda, porque no oía ni veía. Su mente estaba llena de sensaciones físicas, pero ella no podía interpretarlas. No podía racionalizar sus sensaciones. No podía pensar porque el lenguaje es el instrumento del pensamiento. No podía recibir ningún mensaje del exterior y tampoco podía enviarlo. Su espíritu era un abismo silencioso, oscuro y vacío. ¿Cómo aprendió a expresar lo que sentía y a entender lo que le decían? No importa saber cómo, el caso es que lo hizo.

Un día supo que una niña noruega, ciega, sorda y muda como ella, había aprendido a hablar. Hellen saltó como quien recibe un pinchazo. Se apoderó de la mano de su maestra para decirle: “Tengo que aprender a hablar”. Con sólo once lecciones y en sólo 30 días, dijo: “Ahora ya no soy muda”. Pero durante toda su vida tuvo que luchar con la palabra hablada. Ponía los dedos sobre los labios, la nariz y la garganta de su maestra para captar las vibraciones del sonido y así “oír” las palabras. Después de “oír” la voz, aprendía a pronunciarla y luego la repetía para mejorar su pronunciación. Cada día repetía durante horas y horas las palabras y las frases. Hizo lo mismo todos los días durante 78 años. Mejoró tanto su pronunciación, que su dominio de la palabra hablada mereció el calificativo de “la proeza individual más grande que se registra en la historia de la educación”.

Fue la primera persona afectada de esta triple invalidez, en toda la historia, que ingresó a la universidad. Y no solamente ingresó a la universidad, sino que Hellen se graduó con honores. Después actuó en teatro, filmó películas en Hollywood, escribió libros y se convirtió en conferenciante internacional. La primera vez que quiso hablar en público no pudo hacerlo. Era tan popular que el público se le echó encima, le rompió el vestido y le arrancó las flores del sombrero. Todos querían ver de cerca y tocar aquel milagro viviente.

Hellen se superó a sí misma y con eso superó a todos los demás. Nadie comenzó tan bajo ni llegó tan alto antes ni después de ella. Platicó con el presidente Roosevelt. “Oyó” la sonora voz del presidente con las manos. De la misma manera “oyó” cantar a Caruso y, según ella misma dijo, “recogió aquella voz de oro en las manos”. “Oyó” tocar el violín a Jascha Heifetz, poniendo ligeramente los dedos sobre el instrumento.
Viajó por Europa y el Lejano Oriente. Hizo giras internacionales dando conferencias y llegó a ser una de las personas más conocidas del mundo moderno.
¿Cómo logró realizar una hazaña tan grande? ¿De dónde sacó la capacidad y el ánimo para subir desde el abismo de silencio y tinieblas hasta la cumbre? De aquel depósito de poder al que se refirió José Ingenieros: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones”.

Ese resorte misterioso, esa ascua sagrada, ha inspirado todas las grandes hazañas de la humanidad. Todos los grandes hombres que han ido al espacio y al fondo del mar, a las selvas y a los desiertos; todos los que han escalado las grandes cumbres y han construido la grandeza humana, lo hicieron porque tenían un ideal. Ese ideal los galvanizó para realizar sus memorables hazañas. No creas que tener un ideal y ser idealista es ser loco como Don Quijote. No creas que los idealistas son los soñadores que toman los molinos de viento por gigantes y hablan de ínsulas, Vestigios y Endriagos.



Ser, hacer y tener


Que tu primer propósito sea prepararte para el futuro. Si no puedes ingresar en la universidad, no te desalientes. No es el único camino para prepararte. Un obrero calificado, un técnico bien preparado con frecuencia resulta más útil y más necesario que un especialista.
Si sueñas con la fama búscala en el arte, en la ciencia, en la política. Puedes aspirar a ser un gran pintor, un gran músico o a escribir un libro de mérito. Es bueno hacer grandes cosas y tener muchas posesiones... Pero te advierto que hay ideales mejores. Hay ideales que los grandes hombres del pasado consideraron mayores y más nobles. Séneca escribió: “Todos pueden aspirar a lo que constituye la verdadera nobleza del hombre, que consiste en una razón recta, un alma justa, la sabiduría y la prudencia”. Ser, hacer y tener son las tres estrellas brillantes de la grandeza; de las tres, la más brillante es ser. Recuerda que es mejor ser grande que hacer grandes cosas. El mejor ideal es buscar un alma justa, una razón recta y un corazón limpio. Lo que un hombre es dura más que lo que hace.
Por tanto, hazte el propósito de llegar a ser un hombre recto y justo. No te dejes desviar por la corriente del mal. No sigas a las multitudes que siguen como esclavos la última moda y al último ídolo. Sé tú mismo. Desarrolla tu carácter. La mayor conquista está en el ámbito espiritual. Es lo que Jesús enseñó cuando dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”.3 A eso mismo se refería la escritora E. G. de White cuando escribió: “El ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del más elevado pensamiento”.

No hay comentarios: